domingo, 13 de noviembre de 2016

diez metros bajo el sol


Diez metros bajo el sol, diez metros bajo
la luz escénica de la mañana,
que presenta a los ojos el trabajo
impuro de una sombra puritana.

Camino de Los Ángeles, de atajo
en atajo, de rima en rima vana,
tras el latido epistolar de un bajo
y el flow de una abadía franciscana.

El eco de un poema en la memoria,
tan parecido a un grito de victoria,
tan distinto del arte y su promesa.

Diez metros de silencio, muerto en vida
bajo la cruz de tu mirada herida,
que duele mucho más de lo que pesa.

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Entre tribulaciones, descontentos, entre las deserciones y los gatos por liebre, llamadas de auxilio,
lágrimas de socorro, árboles y todo, entre los árboles desarbolados,
está la vida. Sigue. Bajo la sorda cruz de tu partida, ha escrito el poeta: lo que no lleva a ninguna parte. Hay una vida
absoluta, llena de principios. Jordan escucha el trino culto del jilguero,
ese comediante que se reivindica. No hay tiempo para más.

Entre personas equivalentes, absurdas, demasiado personales para ser libres, entre titanes de la geografía
humana y sus fosas comunes, Jordan esquiva los dardos de Cupido, elige a sus fantasmas
o elogia la merecida fama del silencio.

El parque ha amanecido molesto, como para ir de la mano de alguien,
con este frío que produce ausencia. Torres que se desmoronan como vasos vacíos, seísmos en el vientre
de la democracia. Por las calles reformadas, invadidas de hierbajos y lodo –alta sustancia–, tomadas por un ejército de almas,
transitadas por el rugido convulso del viento que solo recuerda su última noche; en el epicentro de la desolación,
donde los individuos liman su estatura y hasta los niños delimitan su reino,
la felicidad adquiere un aire de cometa, un plácido ensueño que reclama su rosa, en cada mano un hábito
desatendido, una amistad más fuerte que el espacio azaroso.

Jordan ha vivido. Ha conocido el destierro, la forma de un cuerpo y su ternura,
la voracidad de la confianza, el deseo. Ha cosechado flores debajo de las tumbas, y ha besado los labios del hambre,
con su propia fuerza ha sometido tantos corazones. Sus besos, qué plataformas puras, sus ojos;
siempre vestida de horizonte, siempre tan lejos, y tan tarde.

Entre árboles que remojan sus plantas, tallos de hierba que se alzan al unísono como una sola piel,
firmas dibujadas sobre el retrato del miedo, el poeta calla. Se le da bien ese mutismo tapizado de verde, dentro del andamiaje
de su resolución y su ignorancia, anquilosado en la lengua
muerta de sus líderes; fuera de sitio.

Al otro lado de la luz, bajo una cruz perdida en otro mundo, detrás
de todos los espejos que avecinan su cargo de silencio, el descrédito de la palabra, la mutilación del verbo,
Jordan ha pactado un registro minucioso, ha diseñado el logo de su modernismo. El cielo crea falsos paraísos
para ella, arcas sumidas en un magma de lunas donde moderar su amor
como si fuese un instinto o se hallase bajo una lápida cualquiera, en otro universo más amable, más Real.




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