jueves, 10 de noviembre de 2016

un mundo aparte


Jordan no pertenece al Tammany Hall del parque. ¡Ah!, le ofrecieron la mordida, el ático
desde donde. Son demasiados los huérfanos,
deambulan. Perros callejeros y farolas sin autor, literalidad hasta la náusea. Todos los cubículos
ocupados por un graderío de maleantes. Música ensordecida que llama a la perfidia de la participación,
banderas que ondean supurantes, hordas numeradas por su raquitismo existencial.

La melodía ha cursado sus estudios en la fábrica de momias, el colmado
atracado por enésima ocasión. Los huérfanos comparecen y son reclutados de inmediato para las conspiraciones;
ángeles de servicio concilian bien y mal con el uso moderado de sus artes, dilapidan
el alma en maravillas de tercera división, frecuentan la modestia de los menesterosos por imperativo social.

Legal, lo que se dice, no lo fue. Aquel milagro que multiplicaba los gramos en el bolso,
las rayas como vetas por el mármol, trucaba las balanzas y sondeaba cerebros atusados con instrumentos de terciopelo,
pinzas quirúrgicas para hacer inteligencia.

Fueron los intelectuales de la quinta avenida a pelear a puño limpio con el remanente
policial. Digna sementera de ideas y poderes, idas y venidas en pos de la restauración, la idealización de la pobreza
como salida cultural. Ahora que no hay revólveres a patadas,
que las armas cuestan lo que valen y están contadas las balas y las cruces también, que apenas
hay hectáreas en el campo.

Tierra por delante, hasta llegar al liquen del océano, su pie de atleta. Arañando la tierra
descubres un piélago de ausencias: huesecillos, húmeros y tibias
extremidades, sombreros de copa. Jordan se ha purificado en un ramo de tierra virgen, sin metros por debajo.

Esto es serio; ejercer un derecho, robar sin mala conciencia, encomendarse a dios
y llevar las manos sucias, manchadas con la sangre de la vida. Semejanzas, por descontado, semejante posesión
de la verdad. Estar en posesión de un congreso de estupefacientes, abrir tu propio negocio, otra sala
cinematográfica, y proyectar el odio que baja por los canalones.

Sobran espejos en la carretera, nadie se mira con paciencia y humildad,
nadie sale de noche a recorrer el suelo blindado, ordenado en misiones de lo que fue la promiscua metrópoli, sus arrabales
cómicos, su escaramuza inmanente. El estreno de hoy es un nuevo capo para el área,
un hombre malo –con ínfulas de enterrador– que ansía promover la esclavitud,
defiende la poesía fúnebre de las matemáticas y sueña con vehículos dormidos que se arrancan
atropellando fuentes. Pero esa es otra historia. Y todavía queda un mundo para el arte.




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