viernes, 24 de febrero de 2017

el noviazgo


Desciende el ángel, negro de raíz,
bello a más de dos cuerpos de belleza del resto de la alta esfera: es Ella. Y resplandece,
acuna el catecismo de los bienaventurados, aquellos que la ven. Jordan
la ve.

Observa el cataclismo, la desbandada. Estaba como leyendo la biografía de un héroe,
pero era una novela de Danilo Kiš, que así se llama a la literatura en tiempos expectantes. El reflejo no es
más que la novedad que puede pescarse en cualquier estanque al que se asome
divinamente Ana Dandolo, por ejemplo, Jordan, por ejemplo, un pececillo
tierno para enclaustrarlo en la tupida red editorial.

El ángel ha comandado una rebeldía, empuñó el hacha de doble filo
tan valiente contra los retratistas y otros nobles caballeros a sueldo de la megalomanía. Luego se hizo una foto
de estudio y estaba preciosa algo contaminada.

Novelas contrarias a la literatura poblaban las estanterías de la ermita posmoderna. Era mentira, y más bien
era una corta posverdad con aluminosis selectiva, cierta calderilla de contenido que se astillaba
pronto y, hecha polvo, recordaba los buenos tiempos del espejo. Alicia no estaba
molesta con la belleza de la princesa Ana, tampoco es que estuviera
cansada de admirar el porte escandaloso de la bella Jor, su cabello suelto por la esperanza
como un caballo salvaje.

Milagros veréis, poetas. Signos de admiración, heridas sin sangre,
latiguillos del alma y amapolas sin consuelo. Rimas de todo tipo, solas en el camerino, al punto
rezando por la salvación del espectáculo. Seréis testigos de la revolución
desde vuestra burbuja. Y arrojarán los dioses muchos versos por las ventanas del aire.

Una gran justicia había de realizarse en el espacio vacío; las espadas
destacaban por sus destellos agradables. Jarros de agua fría dominaban el sector, la lluvia
era instantánea y como fotografiada: siempre la misma niña
con trenzas de charol, el destino borroso de todos los misterios.

Puesto que el ángel no se casaba con nadie y el poeta no debía esperar, pidió su mano
en horas de tormenta. Jordan –delante de la casa– visitaba la acción,
visiblemente estremecida; los pájaros urdían silbos y trompetas con celestial cordura y la fuente bullía de actividades
y pronunciamientos. Tanto pesaba el silencio
que los besos subieron más alto que la noche, y la felicidad
cubrió el noviazgo con sus alas de espuma y su tristeza.




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