lunes, 27 de marzo de 2017

una introducción

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Ajeno a la verdad que ve, deserta
de todo indicio de agitada vida;
la suya en el poema yace muerta
junto a una rosa muerta y desmentida.

Ajeno a la belleza, se despierta
sobre un lecho de rosas: se le olvida
según sale de casa por la puerta
y ve una rosa muerta en la avenida.

Detrás de la verdad que miente sola,
de la belleza que se arruga y miente,
hay un ser o no ser, un frío alterno;

detrás de cada bala, una pistola,
de cada verso, un alma que lo siente,
de cada rosa muerta, un sueño eterno.

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¿Desde dónde se ve? Se trata del universo observable (el parque universal) desde la copa del árbol,
desde el balcón del primer piso frente al mar, desde la tumba. Desde el árbol, un tropezón de palabras, una cosmética
emperifollada de sonidos con músculo, algo de aliento defendible, la proximidad del verbo
y su esdrújula carente de significado, su premonición. El libro archisonante:
‘Levantad, carpinteros, la viga del tejado’, los ojos de dios rematados por una línea de los ojos, el malva
distintivo de los príncipes.

Se ven las paredes pintarrajeadas como por un azul travieso; sabios ajedrecistas
sentados a la mesa dándose patadas en las espinillas: ¡mejor jugar a las damas!, un duelo sin grandes esperanzas,
mejor frenarse y observar el mundo desde la butaca del salón.

Escuchando a un cantante de góspel con sus emociones, su belleza interior; he ahí la banda sonora
del cotarro, detrás del rap ensimismado en todas sus carencias afectivas, su melancolía grupal, tras la sangre
bautizada por un predicador tóxico. Conectamos entonces con la escuela de modelos,
esa galaxia espiral. Los chicos desfilan con las manos esposadas,
una venda en los ojos para no sentir la indiferencia de los ángeles, heraldos de la ciencia. Es la creencia de la mayoría la que traslada
manojos de relumbre, haces de lava cruda, brasas sobre las que caminar con un niño a la espalda, ascuas
literalmente en ascuas como párrafos sin salida, versos diseñados por la voz de un farsante.

El universo mengua, se ve que va menguando en el color del aire, la nula claridad de las nubes,
la escalera que va perdiendo sus peldaños
celestes. El poema tropieza al principio con una preposición desenfadada, salta al piso sin romperse el astrágalo
(de milagro) y continúa hacia el abismo derribando figuras con los codos.

Ensayaba Jordan un prodigio cualquiera y en la parada del bus un monstruo
apareció con los faros encendidos. Esto lo advirtieron incluso los más escépticos, que iniciaron la construcción
de un monasterio en la altura, incluso Mara y el KRIT detuvieron su periplo eterno para visitar las obras
incipientes, el inmediato vuelco de una estructura sobre la gran superficie devastada por el Arte y sus manifestaciones
extemporáneas. Hace tiempo –dijo Jordan– que no veo el sol, su dorada efigie destructiva,
y no siento el calor restaurando su templanza en mis labios amargos.

El universo es un lugar amable; eras y colisiones, la materia y sus antídotos. El caso es contemplarse
en plena acción, tenerse en cuenta en el espacio y desaparecer entre otros nombres familiares. Como los ángeles suelen
revelar después de un par de tumbos de horizonte: el tiempo dura lo que dura el tiempo,
lo que es un modo de decir adiós y una forma de echarse hacia adelante.

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