jueves, 25 de mayo de 2017

terapia ocupacional


No menos de ciento diez psicólogos espían al poeta por la mirilla de la puerta,
tratan de discernir la sintomatología propicia, discuten el diagnóstico, se agolpan
y observan el síndrome por riguroso turno.

Las pruebas para elegir a la Musa del parque no fueron sencillas,
tampoco complicadas. Las cualidades precisas habían sido establecidas: el pelo negro y la personalidad, los ojos negros
y los labios (rojos), la forma de besar (imaginaria), el arte principal, el verso
nuevo. Un jurado compuesto por más de doscientos poetas del reino, todos en tratamiento
psicológico, fue encargado. Al final, muy al fondo, solo quedó uno;
solo quedó ella para tanta verdad.

Para tanta belleza, una verdad afín, la misma del amor vuelta del revés, atolondrándose en el proceso;
una sola verdad libre como el cielo encanecido,
devorándolo todo con la voz.

Por el camino cuántas se perdieron en el drama: Rosario antes de Janelle. Ángeles hubo (no Angel Haze)
que compartieron galardones, fueron estrellados contra la realidad y su verde tapiz; chicas nativas
espaciales, finas como un paso de baile, armas fundamentales de la conciencia, voces
irrepetibles larvadas de silencio. Ellas, propietarias de sus cuerpos,
protegidas apenas por un espejo inerme.

Esto es lo que hace el poeta ante la atenta mirada, el escrutinio poderoso de la ciencia, la utopía
colectiva de un centenar, al menos, de profesionales sanitarios. Está cobrándose un pasaje OuLíPico-no-borgiano
restringido por la mirada auténtica de Jordan,
que siempre ofrece un destino y un itinerario.

Funciona; las letras forman letras hollywoodienses, se transforman en letreros luminosos que pueden verse a millas
de distancia. La funcionalidad del poema estriba en que puede captarse o reiniciarse a voluntad. Hay un perro,
hay un relato gigante para la posverdad y sus aliados, la posenfermedad y sus manifestaciones alérgicas.

Jordan el día de su Victoria fumando un cigarrillo, obrándose con cautela
un primer milagro, descalza como Cenicienta,
con ganas de ballet y de batalla, orgullosa del fuego de su acento, firme en la claridad de su cintura. El verso
ha comenzado sin la voz, sin aire en los pulmones; solo es cierto el amor, que fluye como si fuera un incendio en medio de la noche.




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