viernes, 17 de noviembre de 2017

hacia el arte


Es tan hermosa (y no es por darle coba)
como una intervención divina y eso
que solo de pensar en darle un beso
entra en acción el cielo y me lo roba.

Su pecho de cristal, su nombre@...,
tan blanca que parece hecha de yeso,
que no parece ser de carne y hueso
y hasta en el cuerpo de su letra inNova.

La furia de sus labios entra en liza
y por ellos la rima se desliza
húmeda como un sello clandestino.

Sola en su habitación desordenada;
ella, que a todas luces es un hada
y a todas luces es algo divino.

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Aquí Nova que indulta sus pestañas, se involucra en la metamorfosis,
mortifica como un cuadro de Velázquez. Para ella no es el parque, es la ciudad, con sus luces arropadas y su cárcel
modelo. Tampoco sobre la hierba; el jardín se ha romantizado en exceso,
es tan dulce que se nota. Y ella compra pasteles en un Starbucks, se contonea ante la melancólica
fauna del Bowery.

Una ciudad explota en sus movimientos, visita callejones mapeados, librerías de viejo,
mercados desabastecidos. Es preciso perseguirla entre movidas y llanto, bacanales de futuro,
ingeniosas fiestas con cacheos fortuitos y alcohol.

Cuando te mira se revela como una fotografía: su mirada, un cuarto oscuro donde invocar a dios.
¡Cuánta riqueza esconde su cabello!, labios profundos, insertados de diamantes y pornografía. Instrumentos
desacordes, sonido infranqueable, para tomarse un café viendo pasar los últimos autos baleados. Nova
ha reconstruido una manzana entera de pensamiento y palabra
(las obras no han empezado todavía).

Oh, la belleza esquiva de las catedrales, su enfermo protagonismo
arquitectónico, ebrias como pirámides. Ayer se levantó una pobre escuela de adobe a la entrada de Yale, y los graduados
echaban un vistazo adentro. Los niños virtuales escuchaban rock, viajaban a través de una rockola lisérgica
y descubrían el misterio de la Historia, sus vericuetos insospechados, su lenguaje voraz.

Ser tan bella y llegar de alguna parte, con un hatillo al hombro,
unas zapatillas de baile, la sangre y nada menos. Leerse una novela de principio a fin y escribir una nota al margen,
algo valioso. En la biblioteca hay una silla con su nombre, tan incómoda
como una silla de montar, como una silla eléctrica (también se accede a ella por un corredor interminable). Encima de la mesa
roncan los murciélagos, los libros son amados.

Nova se ha comido una letra de Mississippi, pero sigue hacia el norte.
En su memoria brilla el plano de un deseo; en sus ojos, un columpio gravita con el impulso escénico de la felicidad.

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