miércoles, 14 de marzo de 2018

éxito para principiantes


Malas noticias para el gremio: (¡extra, extra!) el sufrimiento excita los elevados instintos
de la Academia, solo ella garantiza el éxito. El Arte es un decreto de servicios mínimos negociado por la eternidad,
una mañana de resaca flotando en el murmullo del espacio
(o un manifiesto firmado por el gato con botas).

Jordan –artista– no ha sufrido, ignora por igual espanto y buen humor; aquí
todo está robotizado, las rimas agotan su estilo perpendicular al ritmo de la historia, construyen
mosaicos vegetales, arcos de organdí, figuras
estables. Ella esboza un poema ridículo sobre un tipo ridículo de amor y se siente patética (no padece),
vestida con ese artículo indeterminado (pero blanco)
que desata milagros cada noche cuando se apaga la luz.

El amor consiste en un beso arrojado al océano observable dentro de una botella de ginebra. No tiene pérdida.
El amor es el eco del amor. Jordan amaba a un pajarillo;
no era un ángel, aunque su rostro, sus manos tejidas de tallos invisibles,
aquel rostro sin voz… El pájaro cantor oscurecía el estro de las estrellas cercanas, oh, en la lejanía,
brillaba con el fulgor del dragón del paraíso, la armonía de los cisnes.

Ha escrito un cuadro –el poeta. Asombroso, ha pormenorizado de varias pinceladas un retrato
retro, hasta pasado por agua; puede que haya plasmado el fenotipo del vértigo después de haberse vaciado. Pues reconoce
el campo más conforme, falsado en genuinas prácticas
universales. Paseando por el último reducto de la naturaleza (ahora que, por fin, todo es naturaleza),
analizando la penúltima fase de la problemática, sin verla (a ella:
siempre ausente de sí), ha descubierto un carpediem resuelto como un sudoku para principiantes.

Cuando esboza un poema de amor, Jordan retoca la línea de sus cejas,
enarbola un casto ejemplo como una piña retorcida, una aguja trucada, un hecho
formal, y las abejas revolotean
ajenas a su espalda mientras el río corre entre cuatro paredes y el cielo. Su amor no merece compasión –harto
de belleza– , ¡qué deformidad de sus facciones!, qué gusto exquisito (hacia el final de la obra). El mundo es
acotable, su límite responde al tacto de las nubes. Sabe
que el amor le deja la boca seca y que nadie la ama como el viento que grita contra el remoto silencio de su corazón.



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