domingo, 23 de septiembre de 2018

el maravilloso libro del silencio de dios


No en cualquier poema, lejos del mar; y el ruido de las olas es un perfil dudoso del silencio,
olas que rompen en cartujas de espuma
rodeadas de pinos monacales, ascéticos cipreses encantados de su monotonía aérea, suplicantes. Estamos
en el Parque, cerca de su principio universal, próximos al centro de la creación de donde
parten como rayos nemorosos las mil caras de la fatalidad, el bosque prematuro y consciente.

Jordan con su belleza a cuestas como si fuese un violín, una guitarra
flamenca, el saco del hombre del saco, la cesta locuaz del algodón salvaje (algo picado de púrpura). Entre la frambuesa
triste de las emociones, entresacar un rollito de lágrimas, una porción del pastel impecable. Es preciso
beberse la corriente, recibir una descarga colonial, conocer el tacto efervescente del táser
policiaco, admirar la miniatura de una sala fumigada a conciencia (residir en una mazmorra troquelada por el santo,
dislocada en mil pequeños incendios cotidianos, es opcional).

La belleza es una conclusión que no tiene por qué ser evidente, ni siquiera tangible en su formulación prosaica,
es el comité de bienvenida que la poesía ofrece sin proponérselo; se trata de soltarse el pelo contra alguien,
dominarse y no reír, obrar sin redundancia, dejarse crecer la supersimetría de los ojos. Jordan es tan simétrica como dos
piernas cruzadas, tan elocuente como una sonata de Bach. Lástima de aeropuertos, de puertos, andenes y paradas
obligatorias, de convoyes y caravanas, de peregrinaciones y exilio, éxodos y manifestaciones,
demostraciones y carreras populares; qué pena de arte en movimiento, desacertado a medias, sin motivo, y sin náusea.

No recorrerá los pasillos del tren de medianoche, ni acercará su pensamiento a las luces
engañosas que colapsan la madrugada de medianas intrigas y bajas ilusiones, sótanos de la imaginación. Más intuirá
la hierba que dormita en el humo y se remansa, viajará en alas de un halcón
diferente, sobre el lomo perlado de un dragón prohibido.

Tierra a la vista, por todas partes tierra-es-estar-muerto, negar la maravilla de la podredumbre,
el trabajo esclavo del parásito, el oscuro sudor de raíces y libros. Hay un libro maravilloso
escrito por una mano exánime, pero firme; es una relación de milagros exóticos, de países contenidos en un árbol
gigante. Jordan ha leído hasta la sombra del título, hasta la última palabra desdeñada
y, con todo ese arrullo, ha olvidado el poema en mitad de la sangre.



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