jueves, 1 de noviembre de 2018

trabajo en curso


Crear es moneda corriente, un trabajo en curso. Poetas que se pirran por su estilo
autorizan dramáticas enormidades, se documentan a porrillo, fusilan ideas a las tres de la mañana y hacen
sacas de autores cotizados.

Un día creamos un Golem y lo soltamos por el Parque: a ver. Decimos las palabras
elocuentes y lo soltamos en el rango superior de la Avenida: a ser. A lo mejor escribe un termo de café. Los poetas
fidelizan el género, componen el gesto y se comportan como si estuvieran en clase de lengua,
como suspensos en clase de literatura, números rojos en la cuenta editorial.

El Parque funciona en modo swing, es comida casera; los animales, las bestias, la Bestia, Jordan
y su circo pandillero, autopistas con cadillacs incorporados y canciones de McLyte (la clase obrera en progreso); el poema
–¿lo viste?– asiste, se compromete a deleitar sin instruir siquiera, sin darse a conocer apenas, sin cohabitar
con el Arte, sin seriedad ni compromiso; que le pongan falta. Si en la Avenida nadie lo ha reconocido,
nadie lo ha visto por el aire construyendo otra isla de significado.

Hoy, ni ángeles en el epicentro del drama, ni corsés depresivos que valgan ni películas
porno (ni remotamente). Jordan disfruta de unas penosas vacaciones sin maravillarse, pozo incluido. En el pozo
están caras las sogas, la gente se asoma para ridiculizar, tira una moneda como si fuera un verso
dirigido al corazón del espectáculo.

Duérmete, dice la rima, y lo repite por la calle con profusión del eco paranoico. Resulta que el Parque
desemboca en un pasillo de hospital pintado de blanco hospitalario; y la piel del Ángel destaca en el quirófano, hace juego
con las cortinas de la sala de autopsias –un centenar de creativos aguardan la confirmación del deceso (lo que no se produce).

El poema trepida hacia el silencio, forma una borrasca huracanada al pie del Minotauro,
es un clásico de las barbaridades; ni es especial ni se merece el repaso de la profesión, no es profesional ni se merece.
Oficio y contracción, desigualdades que aguardan su balance, alguien que se tambalea al subir al autobús,
niños, queridos niños cubiertos de postillas, plagados de granitos,
sujetos no verbales, huérfanos de la creación.

Creer es lo correcto. Viene en las escrituras, sale en la pantalla de la noche: todas esas
estrellas confirmadas, todo ese paseo de la fama. Si no crees lo bastante, te conviertes en un espectador, coges la enfermedad
y te pasas de listo, te conviertes en un escritor y vives como un tonto que se muere por dentro. Eso es.



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