martes, 19 de marzo de 2019

dos y dos


Si las palabras fuesen algo más que palabras,
¿no podría definirse el arte
como la manifestación de lo entrañable?

Sumido en la ignorancia de dios, el Parque
suma dos y dos y planea una primavera ascética, un intrusismo vernal. Para ello,
enoja a varias especies animales: es su orden de combate.

Árboles que estrujan líneas de recitado, sudan la resina infumable de las bajas
estrofas, hornean CO2. Los pájaros funden la estaca, forman cromos de color estufa, pían
largas serenatas, sinsontes bipolares. Jordan huye porque su camino ha terminado antes de empezar,
la senda ha sido hollada, hallada, violentada por un carrusel de lobos
fotogénicos. Y el humo asciende como la sombra del paraíso, y el Ángel dobla su camisa de los domingos,
así es.

Corretear es parte del insomnio como del sonambulismo, parte del organismo
extraordinario de la ciudad escondida. Quedan pórticos,
tramos de avenida; el autobús escolar transita diabólico cargado hasta los topes de modernas colegialas y pequeños
rebeldes, gente étnica y suburbial; en cada esquina
alguien regenta un puesto de información universitaria con sus aguadores y su mercancía dolorosa.

Los superhéroes estrenan su camisa de los domingos; es domingo
y las campanas aceleran el tañido de la resistencia, abordan el fregado y la fantasía de un almuerzo
superfluo, desnudan la fe de las comadres, el entusiasmo
forzado de los gladiadores.

Jordan fuma (tararea: ‘I only smoke girl blunts…’) y la luz se paraliza con un derrape satisfecho,
la respiración del mundo entra en materia con un estremecimiento; hay un caos
aéreo listo para todas las almas, existe, es cierto, una catedral del caos, una industria
mayúscula de la anarquía que planta en la aurora sus fábricas de abril,
sus rosaledas muertas
y sus largos paseos para matar el hambre.



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