jueves, 16 de mayo de 2019

ella entre un millón


Una de las mujeres más bellas del mundo
obra en la memoria el arpa de sus labios. Una de las mujeres
más bellas del mundo baila erguida sobre la distancia. Salva una tristeza que nadie sabe
elegir. Es una música tan venerable; nace de la tierra,
nace de la tierra, brota como una gigantesca flor de arena,
blande su esqueleto,
sangra.

Una mujer tan bella como una gigantesca flor de arena
canta en cualquier lengua nativa nacida de la tierra; su poema bascula entre la irritación
y el adorno, el culto al infinito y la civilización necesitada de espanto. Llueve y hay que mostrarse
satisfechos, eliminar de la lista de amigos a aquellos innombrables,
disparar una fotografía en sepia, fumar
tabaco sin filtro como una chimenea, camel americano
sin filtro y sin pudor.

Tocar la guitarra junto a la mujer más bella del mundo, filtrarse entre sus ojos como
una gigantesca flor de arena, tentar al polvo con un ramillete de estrofas, un billete de mil. El campo será
santo o no (será), el verso será santo, será un clavo
en la mano del Ángel, un prototipo del dolor seguro de las infecciones,
una mayúscula al principio del otoño.

Nos dijo: el amor es una esdrújula y, como tal, desune. Toda palabra importante
se acentúa en secreto para no destacar, diluye su hermetismo o trompetea contra la muralla
o el ábside. Quién no lo intuye. La mujer más hermosa del mundo
ha bebido del aire, sus pies tan delicados
sangran sus magulladuras, deportistas del ritmo, más
íntimos que el verso.

Hermosa como el mundo que gira y se retrae, que esconde el tiempo en una esquina del pasado,
lo pone de rodillas; hermosa como el tiempo que nace de los campos atestados de orgullo,
nace de la bulla y el hormigueo, la promesa de una soledad
extraordinaria. Ella es el millón, ha ganado la apuesta, ha elevado
la apuesta contra el acaudalado nervio de la jungla,
victoriosa como una vieja sombra o una nueva potencia.



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