lunes, 13 de mayo de 2019

fuera del alma


La soledad es parte de otra noche, es parte de otra casa, de otra parte,
se extiende, como el dominio de un ave inconformista, sobre todas las cosas que nos faltan. Nuestra
breve eternidad de cada día, nuestro estilo preparatorio, la pared
contra la que estrellamos nuestra inmensa esperanza.

Preguntad a vuestro Ángel por ese espacio vacante, esa notoriedad del vacío, os dirá que hay un campo inabarcable,
que existe un solo dios.

Ella pisa las flores, sus pies descalzos descansan en la arena de los ojos de un Pegaso
enterrado, en la vasta desiderata del Paraíso y sus afluentes, sus playas de oro, sus nubes de algodón; pues en otra porfía,
el algodón se escucha crecer en la espalda de la muerte, se trafica en su sangre, se lanza
como una maldición o una moneda al aire.

Nuestra dulce extremaunción de cada día, cuando los ánades ventilan su presencia
en bandadas partisanas y la Luna
inaugura un secreto apenas calculado –del todo insuficiente–, en la confianza de que será guardado por las sombras
hasta el final de la historia.

Dios existe únicamente en el tris de lo absoluto, únicamente en las cosas propias de este mundo,
no en la mente que las crea
y las designa. Siempre desaprendiendo la altura, su púrpura
irradiador, sus inhumanidades, la obscena carga de sus extrañas partículas, ¡diosa del universo después de la barbarie!,
tras el saqueo de la nostalgia y las bibliotecas públicas, tras el incendio del Sol.

Hoy hace calor en el Parque, se nota porque las chicas han sacado las manos de los bolsos. Porque
la luz ha hecho novillos y se ha tumbado en la hierba y hay un rescoldo
unánime, un coro de pensamientos, una lógica impura que absorbe el dorado eco de la soledad.



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