viernes, 22 de mayo de 2020

harta de cielo


Tu alma es una extraña que te niega tres veces,
que murmura oraciones y prodiga favores;
dice que no la ames, dice que no le reces,
que la vida es un cúmulo de errores.

Tu alma es misteriosa, es parte de un misterio
difícil de expresar con las palabras justas;
su patria es el olvido –atávico criterio–,
secreto fundamento al que te ajustas.

Espíritu indeciso, aéreo visitante,
vuela como una sombra perdida de antemano,
sin ser de carne y hueso, puede que se quebrante,
puede romperse igual que un ser humano.

Abocada a las nubes y su algodón nativo,
desesperadamente privada de consuelo,
harta de ser un cuerpo harto de no estar vivo,
herida por un rayo harto de cielo.

Viva como los astros en su noche de oro,
rubia como una estrella de nimbo azul celeste,
negra de piel tan negra como una piel de toro,
desnuda como el viento del oeste.

Tu alma es un desierto sembrado de palmeras,
repintado de hierba, un camposanto en llamas,
un rincón de la tierra donde ya no existieras,
el vacío perfecto en el que clamas.

Tu alma es el deseo de un alma que no es tuya,
la campana afligida que enmudece las olas,
es el mar que se duerme si la luna lo arrulla
cuando los dos están contigo a solas.

El nombre de tu alma contiene muchos nombres:
de civilizaciones en auge o en declive,
de plantas y animales, de mujeres y hombres
y de todos los sueños que concibe.

El nombre de tu alma no es un nombre de pila,
no es el nombre apropiado, ni el que le habrías puesto,
su firma es ilegible, su acento descarrila,
pero alegra tus ojos más que el resto.

Tu alma es el reflejo de un resplandor extraño,
el fulgor que serena el aire helado y roto,
es un ciclón de auroras de sólido tamaño,
la sombra familiar de un sol remoto.



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