domingo, 17 de mayo de 2020

otra bocanada de realidad


Respirar es un enigma:
se sabe cómo se empieza. Se empieza por el aire. El aire
es bello y tiene su contorno, merece un espacio
mejor. Tras la inspiración,
se produce un explosivo intercambio de pareceres
o fluidos, una materialización del ambiente. Dentro de cada uno existe un intercambiador,
lugar espasmódico en el que tiene lugar el canje de rehenes,
trueque metafísico entre el CO2 y otros fantasmas
familiares.

La vida se extingue desde el momento de la concepción,
es un trance sin causa aparente. Se vive por si acaso.

Ahora hay una reencarnación
en proceso; es un tormento en varias fases, se elige, se muere, se vuelve a elegir,
se repite la muerte. Nadie toma conciencia,
la consciencia es algo filosófico que no se tiene en pie, no es la protagonista de la serie,
solo contiene el mundo.

Si respiras, estás en el mundo –preso
reincidente, pero respirando; y sientes un peso en la cara interna del espíritu,
un aparatoso bulto sobre la membrana oculta del corazón, sobre el perfil topográfico del tiempo.

Dolorosamente, el alma
respira por las grietas de la literatura (que es la vida). Se encoge
ante la atmósfera, el viento la asusta con su propulsión y sus facultades,
su inclinación hacia el incremento de la realidad.

Respirar es el quid, ocurre y nadie se acuerda de cómo termina. Unos piden
auxilio (¡socorro!). Otros se acogen a la quinta enmienda,
espabilan en cuanto otean el horizonte de los cuervos. Ah, qué enojoso trámite,
qué burocracia celeste, error de estilo. Si la muerte es una línea y el desaliento,
el trabajo por excelencia;
si la respiración tampoco tiene la culpa de este duro silencio.



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