viernes, 8 de febrero de 2013

sonetos (III)


En un momento a nado los mares siete mares
y océanos afines alados de delfines,
dentados hasta el músculo y hasta los paladares,
surqué con vana gloria de gordos querubines.

En un momento dado, me dije, ¡no te pares!,
insiste con la heroica virtud que determines,
y, sin perder de vista los tramos medulares,
crucé con entusiasmo los últimos confines.

Al filo de la gesta global, llegué a buen puerto.
Llegué medio enterrado -porque llegaba muerto-
bajo una tonelada de reluciente arena.

Y, en menos de un segundo, al cielo me elevaba
sobre la piel del mar, albiceleste y brava,
tarareando un canto de sirena.

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Herméticas al sueño, las tardes se suceden
dejando un feo rastro de paz dominical.
Para salir del paso, les digo que no pueden
tenerme secuestrado y me contestan, ¡sal!

Entro en la noche oscura, donde los ojos ceden
su meridiano cetro al don superficial;
ruedan las sombras, digo, ¡que las cabezas rueden!,
y empieza a darme vueltas la pena capital.

Luna, serás estrella de incalculable masa,
alumbrarás un rapto de infinito talento,
apenas cubra el tiempo la distancia precisa.

Las tardes se detienen, la noche oscura pasa
y llega la mañana -lustral advenimiento-
pintándose los rayos de sol a toda prisa.

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No estoy capacitado para la poesía;
me lo dicen las flores cuyos nombres ignoro
y lo gritan los bosques centenarios a coro
cuando trato, a su costa, de mostrar mi valía.

Ni con mi desaliento estoy en armonía,
mi verso es un quejido sin pálpito sonoro
(me dicen que carece del mínimo decoro
mil voces palpitantes mejores que la mía).

Mas apunto talento para la leve prosa,
para hilvanar la frase certera y lapidaria,
o cincelar la piedra con letras iniciales.

Estoy que no me sale ni el nombre de la rosa,
por más que lo repita la fronda centenaria
a voces palpitantes y sobrenaturales.

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A dividirme en nadas, rígida como vienes
con esa cara negra y ese mirar tranquilo,
con esa daga negra que me mantiene en vilo
y ese dalle lunático sobre el que te mantienes.

A contenerme en nichos, a trasladarme en trenes
sobrecogidos todos en el mayor sigilo,
áspera como vas dando y negando asilo
con ese negro espejo y esa nada en las sienes.

A decidir mi esfuerzo vital y mercenario
en el recto sentido de tu palabra oculta
-física que me traes, elemental y obscena-.

Con esa carga injusta y ese feroz horario,
que es tiempo y en el tiempo sepulta o no sepulta,
y esa virtud de plata que es transparencia plena.

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Un cielo dominado de jilgueros
y una frescura líquida y discreta
me bastarían para ser poeta,
si volviese, poeta, por mis fueros.

Mas, en esta ocasión, he de reconoceros
que a pesar del adagio que la brisa interpreta
no consigo hilvanar una mala cuarteta
ni un ligero romance para mis romanceros.

Se me vuelve la llama incendio arisco
y la pluma me lanza otro mordisco
entre espuma de letras y renglones.

Mas debo de admitir que no me causa espanto
que no cante mi pluma. ¡Que duerma, que yo canto
como canta el jilguero sus líquidas canciones!

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