sábado, 2 de febrero de 2013

y fiestas de guardar


Antes de entrar en liza, nuestro ejército fue derrotado.
Curiosamente, tampoco hubo vencedores,
lo que reforzó el orgullo del pueblo.

Los muertos, de todas las edades, se contaron por millones,
pues la leva fue masiva entre los jóvenes
e incluso los niños fueron movilizados en la inmensa retaguardia

(los ancianos iban sucumbiendo al ataque de virus innombrables
o animales ciegos).

Algunos supervivientes se hicieron a la mar en frágiles cayucos
porque todos los barcos habían sido destruidos.
Por aquel entonces, el mar, que había adquirido un tono púrpura,
solía estar en calma, una calma abstracta, inverosímil.

Los delfines alcanzaron las costas
y se dejaban morir boqueando sobre la arena con ojos suplicantes,
para regocijo de las masas deshambridas.

De ciento en viento, un comando perverso entraba en escena
y cometía una tanda de crímenes horrendos
antes de enzarzarse en luchas intestinas.

Se constituyeron milicias miserables, siempre en guardia.

Cuando expiraba un niño, se hacía una gran fiesta,
había baile, y las mujeres sonreían mostrando sus podridas dentaduras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores