viernes, 17 de enero de 2014

elogio de la ceguera


Tenía la belleza su perfección a la altura estrecha del tobillo.
La realidad tomaba fotografías y no se cansaba de retratar el alma
en todas sus proporciones, desde arriba y desde abajo, desde la trinchera:
oh, alma en tránsito, temerosa, no de su igual, sino de su contrario, temerosa del cuerpo
con sus faltas y sus escarnios, sus epítetos y su escuela privada de ficción.

Esta belleza que subía por la pierna a contemplar el muslo y la cadera puesta
de perfil, a detenerse entonces. Cuando empezaba a bailar tenía otro espasmo
diferente al primero, ya no se estremecía ni prometía lealtad al verbo
que manejaba los tiempos de la creación.

Flotaba en el terreno respirable, sobre la intensidad del claroscuro,
una reacción al entusiasmo de la palabra amor. La indiscreción de la hermosura no se llevaba
bien con el sentimentalismo y su daga permanente. Recaía en su dolencia
y anunciaba un declive semejante al progresivo de las economías domésticas.

Hubo un observador. De tantos. Cariacontecido en un momento,
exultante de pronto, recompuesto, como individuo, muy agradecido y con soltura,
todo ojos, cauterizada la sonrisa en mitad del rostro abrasador. No sabía qué
había presenciado hasta que alguien, tal vez. Desconocía la potencia axiomática
de un tobillo palpable o la solemnidad de un muslo debidamente modernizado.

La belleza manifestaba su desdén por el futuro, su voraz apetito de forma,
la creciente ansiedad que caracterizaba sus facciones clásicas.
Aumentaba su influencia hasta la raíz misma del cabello, la pestaña íntima,
la minúscula gota de sudor destilado en la sangre. Se adornaba con vanos sacrificios,
bajas ofrendas al dios de la perpetuidad, como resistía el fulgor de una mirada cualquiera
o perfeccionaba su delirio a sordos golpes de clara incertidumbre.




Hamza Djenat - Photographer/Art director.- The Spanish Beauty

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