miércoles, 19 de febrero de 2014

perspectiva interior


La vida es así de seria. Reírse no tiene gracia. A veces alguien muere porque la vida
es tan seria como una mañana al sol, un bandazo, una estocada.

Los hombres viajan para verse desde otra perspectiva, pero siempre se topan
con la misma efímera impresión, el mismo cuadro incontestable.

Una mañana al sol es ideal para decir adiós en la distancia, despedirse con estilo.
Los días húmedos son para vivir al abrigo, bajo techo, arropados al calor del hogar del prójimo,
hartos de vecindad medrosa y cálida. La nieve excita los sentidos, ¡es tan propicia
a la esperanza! La lluvia significa un velo que hay que descorrer. Pero un día azul,
templado y vigilante no tiene nada que ofrecer más que su espacio. Y su final.

Dicen que la muerte es rápida como una flor, cuando se corta la flor. La flor que yace
en el suelo, pisoteada y rígida, incrustada entre las páginas de un libro sagrado.
También las rosas necesitan más luz para morir.

Oh, adiós a las muchachas que bizquean la blancura de sus blusas nuevas,
gacelas embebidas de virtud. Adiós a las colinas prietas de su hierba dócil,
los caminos que se estampan contra la terquedad del bosque.

Otro día amanecerá para no ver el sol; no habrá un mañana ni será constante el viento,
ni el mar conseguirá su pasaporte al cielo encanecido. Los pájaros vendrán a sucederse iguales,
tristes como su anhelo de escapar al abrazo de la luna. El aire tendrá otra consecuencia
y el deseo excavará su tumba con las manos ardientes.

Digamos que la vida se contrae como una enfermedad hereditaria;
es preciso avenirse al pudor del olvido,
cuando el olvido ha sepultado en la memoria los años felices que nunca existieron,
exiliarse en el último andén del pensamiento, sin disculpas ni palabras mágicas,
sentirse solo en la tierra. Solo como un ciprés enojado de sí.






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