sábado, 9 de mayo de 2015

dolorosa


Esta es una historia de otro mundo, la historia del amor
(desde el primer amor). Crónica del cine mudo, muda como un poema incómodo, exenta como un libro prohibido.
La historia cuenta con su propio idioma francés y su debacle. Se produce en lugares
anónimos, donde menos pudiera esperarse floreciese la chispa deportiva
del deseo, ese ingenio mental (jamás en una biblioteca: la gran literatura duerme fuera de casa).

El amor era un tomo escrito en una especie de francés luminoso y cordial,
no romántico. Vagaba
desnudo por callejones árabes y quintas avenidas, fulguraba sus brodways y seguía sus ways con indolencia
y motivo, estampaba su huella en el cemento arcaico del paseo
como si fuese una estrella de relumbrón y cierre. Modificado en una escuela de tuneo por gente dispar,
también modificada -no genéticamente- en sus convicciones y su aspecto,
el amor era un cambio y se echaba a llorar, era cambiar de ropa o de zapatos y echarse a llorar
por los renglones. No existía una frecuencia real para comunicarse. Nadie sospechaba por los anaqueles,
informaba sobre las estanterías únicas, tan divisibles, copadas por títulos
sedantes, novelas de un redondo y una violencia formales excesivos.

Ella caminaba, flotaba (―sé ingrávida)
por el pasillo empolvado de lágrimas, hojeaba un volumen estrecho
no voluminoso, poco planetario, satelital, y sus ojos divagaban por las páginas encintas maravillosamente gruesas,
reacias al abatimiento del marcador, a la afanosa mancha alimenticia. Cuesta imaginársela
-ser imaginal- ingrávida, personaje histórico fuera de fecha y frase, calumniado por el tiempo.
Mejor descalza, algo divina, algo dolorosa, bien que bienaventurada; durmiendo en un cajero automático
o una cabaña del parque. Como mandan los cánones.

Cuesta enroscar la redondez de autor, la obra maquiavélica, el resultado comúnmente aceptable
por la dilecta crítica y sus profundidades. Este amor se vuelve escurridizo como un sapo principesco,
se arrellana en un fondo cualquiera para que le saquen los colores. La historia
aturde, cuando hay luz porque hay luz, cuando no, porque hay luz. Es una fábula sin zonas muertas;
la sombra falta a clase, es marginada del abrazo interior,
se le cortan las manos sucedáneas, se le aplastan para evitarle malos pensamientos.

Los nombres del amor eran tres principales: Rama, Rosario y ¿quién?. Mas luego no eran ellas
la que hablaban en francés con los poemas, las que depositaban sus rosas en la tierra antes de nacer.
Alguien con un pañuelo en la cabeza cantaba sola anticipando el baile, se dedicaba
a construir espejos en forma de latido, a sepultar palacios bajo el paño de la noche. Y su nombre era un verso permanente,
largo como un excelso Browning, anular como todos los exilios. Su nombre se volcaba
sobre el aire, edificaba el aire con un movimiento plástico de su índice demoledor. 



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