lunes, 12 de octubre de 2015

posesión


Notas de un piano mineral, lo que significa un goteo, la pequeña lluvia. La naturaleza
no oculta su fascinación por el arte. Haría falta un hombre con la mirada larga para situarse a la escucha,
un nuevo Whitman de papel y escarcha, un hombre santo de mirada nueva, un hombre.

Como si el alma de un guerrero Sioux hubiese poseído al poeta;
si el poeta hubiera expuesto su mirada franca, la longitud febril de su mirada, si hubiese
dispuesto de una forma de ver más allá de las montañas coronadas de hierba y hubiera comprendido
la secreta cifra, la alquimia de la hierba que todo lo voltea, su rubedo
perfecta que tizna los pasajes de la roca a cien metros tallados bajo el mar, el oro puro de su pesadilla, la pureza
orgullosa de unas manos azules, el pelo azul cobalto, el pelo negro sobre un ala
de cuervo, la completa extensión de la pradera hasta la densa profecía del bosque y más allá...

Desde entonces, el poema se agita como un corazón domado, su latido es un pozo
sin fondo; allí van a parar las digresiones, la lógica, van a parar los presos que comparten sus celdas con la sed
del olvido, la mujer que danza entre inmortales, que sopesa la vida
y se declara enamorada y sola, la muchacha que fuma mientras traza un reguero de suspiros en la tarde.
La inspiración: si por el parque corretean los álamos y los sauces han hallado por fin su manantial celeste
(el número real de los jilgueros depende de otro cálculo, fracciones del ser).

La velocidad del lago se pierde en un instante (en el estanque).
Esta breve liturgia que debilita, aturde. Solo un poeta muerto puede tomar la manija del aire, llevar el ritmo
doblemente único de la realidad y contarlo con palabras existentes, su narración
cuidadosa del espacio detrás de los espejos, el que nunca se anima a pesar del terror. Por cada espejo,
una boca que miente, una farsa, la mentira que es la verdad de los ojos. El horror existe, está ahí para
cambiar de bando, para inundar los salones y sacudir las nucas de los recién nacidos. El artista
toca la trompeta con firme desapego, como un escaso segmento del gran jazz.

Ópera y ficción. Whitman arrea. Lo mejor de lo suyo es un área demasiado desnuda, solitaria,
circundada por extrañas ciudades. Whitman recrea una solución sin ángel, algo sin hielo, una bebida
retórica y se la ofrece a la historia con mala cara. La música ha desenfocado el tono,
se ha cargado de pausas y atropellado el silencio de los niños que salían del cine rebosantes de felicidad.
La hierba ha transigido de pronto y se ha cubierto de plumas semejantes al cielo;
polvo y negociaciones. En el local de al lado, el piano no ha parado de rimar toda la noche;
muchas parejas han bailado su primer vals sin condiciones.
Cuántos poemas han saltado por la ventana abierta de la soledad. 




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