miércoles, 4 de mayo de 2016

punk


Ella es hermosa como un pequeño diablo;
una calada y aguanta el humo, se hace un mascarón de proa. Aburrida las tardes
de domingo, iza la bandera corsaria y le da una patada a la calavera que anda siempre por ahí. Si tuviera
su propio agente de la condicional sería tan rocoso como el de Max Dembo.

En la ficha del correccional su rostro delata una infancia borrosa,
honrada. A salto de mata, a hostias por la calle. Ah, pero un día encontró un libro en la basura
y luego buscó otro y al tercer día entró, como Jesús, en una biblioteca.

Leía hasta que se le cerraban los ojos y los chicos del parque no sabían qué pensar.
Leía a Pushkin y a los judíos, a Dostoievski y a los judíos. Leía a Freud y se quedaba dormida.

Los poetas –que andaban siempre
vigilando sucursales bancarias como auténticos calaveras– dominaban el ansia de reconocerla y hacerle un homenaje;
uno de ellos recitaba sin duda poemas amables, escribía de derecha a izquierda
o de abajo arriba con tal de parecer original (esto porque la amaba).

Ella pone rumbo al paraíso y se queda a dos velas, se fuma el corazón de un arco. Su corazón
es un remedio poderoso contra las maravillas de la naturaleza. Su voz retumba
en los templos del hambre, su arte se imagina el arte, su familia es de todo menos buena. Sin familia y en el púlpito
echando cartas a los indeseables, reina del tarot.

En sus manos una especie de novela de Jeff Noon sobrecargando sus redes neuronales de conceptos
modernos, locas plumas de Vurt (nueva droga hipotecaria).

De modo que el agente quiere cachearla en los portales
al caer la noche. Y encontraba pequeños libros como la Ilíada –materia de traslado–, y gruñía: que no se vuelva a repetir.
Llueve a toda plana sobre el periódico de ayer y ella que lee (tsunami victorioso)
tragándose los verbos con la nostalgia adecuada a su significado formal,
¡dignándose a morir si hiciera falta!

Conmovido, el poeta se rasca el alma con una cáscara de nuez. Entre dios y su espíritu rota el universo
a pleno sol, quemando cielo. Y los milagros surgen sin prisa de una silueta mecánica,
romántica como si fuera la encarnación del primer verso
o la sombra del verso que será.




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