lunes, 27 de agosto de 2018

dentro de un orden


“…y, si se reflexionara sobre ello, se tendría que reconocer que el tiempo de los milagros no es algo pasado.
Lo que sucede es que queremos verlos con ropajes llamativos y brillantes”.
‘Notas desde un manicomio’ (Christine Lavant)


Dentro de la normalidad, el espino exhibe su vigor cartesiano, el cardo
ofrece su talento expresivo, la ortiga muestra su firmeza. La madrugada absorbe el ciclo permanente de la naturaleza,
el esfuerzo por parecerse; la vida conmuta penas capitales, pues
florece el Sol con ajena costumbre y los planetas bendicen la sal de la tierra con sus gestos.

             Simplemente una flor. La tormenta y su escarnio instrumental, su escalada
virtuosa hacia la nada y el perdón; tanta armonía negada para siempre, tanto desprecio. Es muy bella, bella
como una maternidad, una carrera entre profetas, un combate de nervios. Oh, su cáliz refleja
rayos poderosos, líneas de fuego,
el triste apetito de la fortuna, ¡qué frágil su sombra compañera del frío!

Diminuta es la voz que confirma su aliento, parte de un tesoro violado. Sagrada flor de treinta años,
carne de la arena, sangre del polvo, huesos de humo que sostienen el alma. Se ha escrito
su nombre en la corteza del primer árbol, su corazón está inscrito bajo la piel de la hierba, su rebanada de pan
negro original.

             El Ángel ha caído de una altura considerable, fantástica.
Holgazanean sus ojos todavía inmersos en la divinidad, consagrados a la inocencia
perfecta del vacío; su virtud es el vicio de la poesía toda, la malsana intención de todos los poetas, su degenerada industria
calcada del odio y la restitución, algo sin límites que apabulla la palabra
y se desdice, trunca el verbo con majestad de roca, forma el cuerpo del aire con briznas de madera antigua.

Dejad de respirar, pájaros, rendíos a la historia y sus monumentos falaces. Disfrutad de la gloria
incrustada en el vientre de la noche. Desead.

La plaza del vaticano obtiene su réplica; y la avenida, moteada de antros milagrosos donde
se agita el bourbon que fecunda el cuello de la diosa, se alarga hasta el próximo enjambre, la siguiente parada de la nave
espacial. Las chicas fingen amistades, florean el riguroso
tedio a que se han visto obligadas por mor de la distancia, pues el aburrimiento
ha llegado encarnado en la rancia granada del poema, con su efecto y su tenacidad, su mano izquierda
para el fracaso y el orden.



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