miércoles, 29 de agosto de 2018

little simz


Encontrarse, de pronto. Ser.
Nada como el espacio, nada como el cielo masivo y total-
mente cubierto de blue. Suena un batido de Little Simz en plena recesión melancólica;
extraño es. La publicidad existe aun en este reducto
de la filosofía, este sepulcro, esta región sin autopistas.

             Cosas que se dan por seguras, que se tienen de pie,
             cosas desesperadas (en contraposición). Gente que aparece
             en un renglón cualquiera de la Obra, en una zanja cualquiera.

El ritmo oscurece la pasión, excede el dramatismo de las reacciones naturales, todo lo complica.
La soledad es un ramo de rosas sin fecha de caducidad, un manojo de demonios teñidos de diamante, un carro-
mato con ruedas de madera; ingenuamente, el cadillac cruza por la Avenida y se remansa como si solo fuera
motor, carrocería, neumáticos y lunas, como si solo fuera un vehículo y no una pretensión,
un lugar de culto donde morirse a los 27 de una generación indescifrable.

Y la música expresa su rocoso incidente, su sexología espiritual, su intertextualidad
tan posmoderna, esos ojos rojos de la atmósfera; orgasmos diferidos, letras de una canción antipática,
salmos confidenciales que anticipan la korrupción de las almas. 

             Gente que aparece a los cincuenta años de edad, sin memoria del futuro, sin enfermedades crónicas
             ni abecedario, ni ábacos ni luciérnagas, ni bastiones intelectuales. Perros que aspiran a una vida
             mejor, niños que no hay, niños que cre(c)en demasiado aprisa.

La novela es un santísimo arco; allí se han colado los chicos a vivir. Planos que se superponen en la altura,
se disputan un mismo capítulo. La luz se retiene en el cabello de Jordan,
filtra instrumentos musicales: un piano cortado por el patrón del jazz desgrana aires
de primavera –lunes por la tarde dedicados a la añoranza y el paseo escrupuloso.

             Las cosas que han pasado de repente, que no tienen ni nombre ni poema
             y no están en la mente del espacio. El tiempo descubre la estructura profunda, la intrahistoria,
             crea el momento para la forma, el escenario para el horror artístico (característico), el campo
             lógico para la vileza sobrenatural.



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