jueves, 23 de agosto de 2018

la ignorancia de dios


No esperen milagros. El milagro no es lo deseable; si sucede, entonces, es con violencia, luto,
desgracia y desmoronamiento. No convierte el agua en vino,
sino en sangre, no multiplica los panes, sino el hambre. Es símbolo, solamente
un patíbulo hecho de notas huecas, roto bajo la sombra del cielo vengador.

Destiny-Nicole consiguió una aproximación convincente a la entrega debida, edificó un mausoleo contemporáneo,
extrapoló, excavó en la tierra con las uñas perfectas –su manicura lívida. En aquella
cavidad, cueva o desierto antiguo repleto de pinturas y leyendas; en la pista, el mísero arroyo
doméstico donde los perros rehuían el contacto humano y mojaban los cuervos su plumaje
incontable.

La belleza de Destiny, un secreto (era su sacramento) susurrado por el primer rosal (que veía tambalearse
su primacía). Ninguna vida era suficiente para competir con su estrategia neutral, su periódica avaricia estética;
cuando el asfalto ardía en volutas de ignorancia de dios y las nubes colapsaban el cielo con palabras de una sordidez
asombrosa, y los clérigos contaban con una plantilla de autores para leer el horóscopo a las palomas y trazar filigranas de humo
sobre la alegre tierra y sus costuras.

Esta naturaleza que comprende y se atreve con la blasfemia del arte, no eleva plegarias ni bendice la lluvia que doblega
la cerviz de la hierba; que vislumbra un rayo de locura en cada nuevo amanecer y truena con voz dolorosa,
próxima y consciente.

Ningún poeta mejor que D., su espectáculo coral, el mantenimiento explícito de las profanaciones,
su corazonada aplicable al sueño y al exilio (por igual). Estábamos en blanco y negro contemplando un atardecer
adusto, asintomático, automático como una maravilla inversa; ella silabeaba su retoño,
diseminaba secuencias para las semillas, para los débiles tallos, los robustos troncos de labor variable; ningún
poeta superaba su ausencia, ¡acaso Keats habría mejorado el convencimiento general y audaz de su inmadura vorágine,
su tronchante majestad?

Ya en el Pacífico, ya en otros mares redondos como castillos de arena,
envueltos en gotas millonarias y chorros moribundos, agua por todas partes, bendita agua milagrosa,
propicia al bautismo y la restauración. Ya bajo el suelo corsario, nieve en polvo, polvo de la maestría estelar.
Nadie esperaba el milagro, otro prodigio de la imaginación. No hay tanta luz
en los ojos tristes de la máquina, tantas almas a la sombra del cielo acusador.



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