viernes, 21 de junio de 2019

el genio de la melancolía


Este chico es un genio de la melancolía,
su verso le precede, no se habla de otra cosa. Ha subido tantas escaleras de incendios, por todos
los patios, todos los callejones despojados de luz.

La ciudad es un trabalenguas también subterráneo; hay metro,
cloacas, gente con pasaporte y arcos de seguridad. Hay automóviles gratis para el poeta,
comida gratis, bebida hasta rebosar los pequeños vasos, los vasos sanguíneos. Los pasos de cebra
llevan siglos pintados en la tierra,
de las piedras brota el musgo, la hiedra de la resurrección, briznas de hierba oscura,
pistas de baile.

Un viento taquígrafo y ecualizador aspira al trono con su mano abierta,
dispersa la fotografía fija del espacio entre líneas de arbolado. Ahora hay una lluvia
monotemática que solo piensa en caer, se deja ir sobre la poesía
y consigue el milagro de la síntesis, la unión de los sentidos figurados,
el borrado espectral de toda la tinta derramada, el reblandecimiento de las ediciones y los códices
(así como la fusión fría de las páginas impares).

Es genial. Su obra recorre vías muertas sobre una alfombra estática, es algo biológico, algo en bruto
como el vendaval que se extrae de la imaginación; ah, el viento es una regla innovadora,
detective planetario, siempre encuentra un camino
intransitable de camino al hogar.

Aire deprimido, a ras de suelo, cerca de subir
al tren de la montaña. La memoria produce economía ideal, penuria ficcional, escasez
de carácter, el talento crea frases imposibles y suma con los dedos. Esta chica es un antes y un después,
confía en su mirada, que formatea un piano de pestañas y labios,
sabe a bolígrafo azul, tiene una voz en la sangre y una piel de repuesto; en la ciudad
hay un banco romántico donde solo se sientan
ella y el genio de la melancolía.




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