sábado, 8 de junio de 2019

este mundo incurable


Este es el campo donde pace el ganado, la hierba se descalza, merman los pájaros.
El Ángel ha alcanzado la masa
necesaria y corretea como una exhalación
(algo desmejorada, como si hubiese perdido la gracia de la primera vez).

             Ha inaugurado un consultorio
             al aire libre, la cola da la vuelta a la manzana del Paraíso; se detectan anomalías psíquicas
             incurables.

El mundo tiene cura y se desangra, se saca la verdad de las entrañas como una flor marchita,
entierra gérmenes de luz. Y la tierra resplandece
fértil, al punto de la recolección.

Oh, surtidores de alivio, heridas en la parte anterior de la conciencia, tiroteos
entre corazones; Destiny absorbe claridad con su cabello
ordenado y terrible, enredado y terrible, culpable de su longitud y su carisma. Su planta es un espejo
que masifica la imagen, traslada un pálpito
azaroso, arrastra por el suelo el candor de la impotencia.

(Hablamos de milagros: consecución y promedio). El campo respira
por un pilar de nubes, una nube de poros enjaulados, su aliento es típicamente feroz, no acierta a desandarse.
Las personas intuyen la armonía callada de los muertos,
su manera de tambalearse y reunirse en un magma de sombras encogidas.

Este es el campo que vio caer la falda del diluvio, la roca diminuta, el cuerpo. Y la nieve
era un bálsamo, sabía a mortificación y dulce escalofrío, tenía la pobre
consistencia del vacío insostenible, alzaba el esqueleto de una noche sin alma.

Ah, la belleza es un filtro que condena las calles
solitarias, reduce a cenizas cementerios y escuelas, castiga los encuentros clandestinos.
Esta es la forma que ha triunfado sobre el ímpetu del tiempo y ha desgranado su letanía imperfecta
sobre la fundación y sus penalidades.



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