viernes, 14 de junio de 2019

emily d. y la hermandad de la melancolía


Vamos por el Parque
hacia un pequeño lío. La forma es una nube carburante
que desciende del árbol trigésimo, irrespirable. Había que modernizarse –nos dijeron.

Autos de recambio,
gente en modo avión. El verano acecha con su hermandad
y sus prolongaciones, se neutraliza en conversaciones telefónicas y reservas de hotel, realiza
veladas críticas al mérito gravitatorio y sus estiramientos
convencionales.

Faltan (+-) un millón de motores
encendidos; salimos por el tragaluz a comernos el mundo; tus ojos
son copas de vino, alas en transición. La escena es parte del desamor universal,
es un cuadro escénico participado por el fantasma de Emily D.

El poliamor universal
es transversal; sucede a lo largo y ancho,
explica muchas tentaciones. Todo pasa por culpa del calor y las apps
indiscriminadas; se firman tantos contratos que colapsan el espacio, no hay espacio para tanto
arbitraje, tanta incomprensión.

Pero tus ojos giran para sí, propios como escritos, como son ahora.
Es una lata. Hay que limpiar la melodía de humo y complementos;
bailar es otra opción.

El Parque tira por lo alto, se divide en carreteras secundarias.
Buscamos fascinación
y cosas por el estilo; iremos donde los mejores armen gresca con la jerga
y el jergón incómodo, la casa abierta. Ah, ¡qué melancolía te aúpa al horizonte!

Trozos de obra como pepitas de oro. Años como anillos
amargos. Martilleamos contra el suelo, nos da vergüenza el Arte, pero más el desánimo,
esa inacción de la palabra. Y el Amor.



Jean-François Rauzier, Upper West Side Veduta, 2013

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