domingo, 15 de septiembre de 2013

picnic


De pie en el parque, o tumbadas en la hierba manchada de rojo,
acústica, bajo una nube fácil.
Las chicas tumbadas en la hierba fumando
una selección de tabacos salvajes.

El perro de aquel hombre es silueta, lejanía: sonido y basta;
puede llegar corriendo, puede acercarse un poco, morder.

El parque absorbe los malos humores y los transforma en claridad.
constante no derivada del sol sino, al contrario, forjada por la noche
oscura, intermitente.

Corren los insectos por piernas y brazos, mínimos senderos, se esconden
en los poros, ácaros de azarosa existencia, rompen a cantar
como cigarras vueltas a la vida,
chinchan.

La hierba dan ganas de fumársela toda partiendo de su aroma
hasta el final del disco. Rulando las chicharras.
En la sonrisa está el epicentro del viaje, la salida por la izquierda,
la vía elocuente que conduce al cuarto piso del conocimiento.

Moviéndose una nube. El perro que olisquea frenéticamente,
el aire que revienta de humedad y espíritu.
Las chicas hablan con sus voces de humo, haciendo sus señales de humo,
y el horizonte se mueve como si fuese un altiplano líquido.

Cuando más sombra hay, el árbol deja caer una hoja semejante
al corazón que brota de la rosa y se despide.

La música flota con el polen y los nudos de luz. Se advierte una subversión
acelerada del orden establecido por la máquina del tiempo.

Ellas manejan el tiempo con levedad y buen gusto,
todavía no buscan un lugar tranquilo donde vivir sin miedo
ni reflejan la seriedad corrupta de la madurez insensible.

Es tan romántico el parque con su música estéreo y sus perros de atrezo,
con sus chinches románticas en medio del parqué, moviéndose frenéticamente
al ritmo de una balsa de aceite, con el humo tan fuerte
como la fórmula del gas mostaza, el núcleo del incendio,
la cuenta atrás del viejo paraíso.

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