domingo, 1 de septiembre de 2013

una declaración de principios


Dijo el poeta (que así habló):

Habré, pues, de someter mi obra al inmundo escrutinio de las gentes de bien
y de otras gentes.

He de abrir mi corazón -se dijo- al público, que saqueará impune
mis recuerdos y mis lealtades, que arrastrará por el pavimento
mis excesos de juventud y mis desvelos. Me lo piden los ágiles lectores
que buscan la metáfora y se creen a salvo.

Seré condecorado por un diablo cortés y las especies brindarán por mi soltura...

Mas, puedo (y debo) hacerlo. Me valdré de un esquema característico,
una rótula endemoniada, un labio abstracto, un gotero de palabras sin usar.
Ladraré ipso facto, cayéndome del susto, sacudiré mis estrafalarios mitos
y los frutos heroicos caerán a mis pies sin ocultar su desmayada alcurnia.

Obtendré mi recompensa.

Mi verbo encadenado será conducido al ara, la mesa de operaciones,
el altar democrático donde un cirujano de hierro procederá a su disección
meticulosa, el apresurado estudio de sus miembros amputados.

Tan gallardo sacrificio será después retribuido
con cientos de halógenos sobre las líneas cortas y rayadas de mi disco duro,
la admiración sin límites de las damas románticas,
el dinero contante que hará sonar sus campanas febriles.

Si he de vender mi alma, sucederá una catarsis opulenta.

Tendrá lugar un festival inicuo adecuado a mi estado de ánimo más efervescente,
transparente, declarativo y notorio. ¡Ah! y explicaré mis figuras potentes a la burguesía
ilustrada, que asentirá complacida ante a mi desnudez verbal y psíquica.
Dejaré los ensayos con estrofas ocultas
y matizaré los tonos de mi verso acrobático,
que nunca más serán azules en su espíritu.

Alcanzaré la celebridad constante, la categoría infame de los inmortales;
seré mentado, renombrado perínclito...

(Pero ella jamás volverá a amarme con la franqueza de los primeros versos
vestidos para el baile).





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