miércoles, 17 de junio de 2015

el hallazgo


Con esa estatura, ella es una deportista genial, machaca el aro, casca el tablero a lo Shaquille O'Neal.
Hace tiempo el oráculo predijo su rumbo, su ritmo, dijo tanta piel en un segundo, se atrevió a garantizar el milagro.
La suavidad de su rostro copaba todas las miradas; su santidad archienemiga de la iglesia,
contrincante del padre de manos incendiarias. Así, esta lucha antigua.

Los plazos se iban cumpliendo, iban cayendo los años. La historia matizaba sus planes, continuamente hurtada
por la realidad y sus infinitas variantes. Ah, solo una huella permanecía indemne, ilesa entre la escabechina de muñecas rotas: 
ojos de curiosa esfera, dedos regordetes. Su huella era la voz
y demostraba raíz, fórmula, el secreto de la contradicción, el tranquilo espectáculo del desprendimiento.

Reboteando con un salto al vacío de los signos, música encantadora
y animales domésticos. El hip-hop desestabiliza la microeconomía: hace ricos a los padres del gueto. Mamá ha salido
a trabajar con sus bolsitas y su teléfono seguro. El barrio se martiriza o se desmorona
entre bafles de alquitrán que emiten el concierto del siglo XXI a medio gas. Barracas que ofrecen antenas
parabólicas al cielo desmembrado, la hierba adentro, fuera un camino ancho, una cancha, la canasta sin red social.

Ella escarba en las estanterías en busca del tiempo y la novela. Ávida lectora de extraño pasado, extenso pasado,
solo unos días atrás. Tan poca memoria y tanta vida por delante.
Las novelas que lee son como números primos, casi indivisibles en capítulos o recuerdos, casi indivisibles en palabras
y frases. La novela es una orden zanjada con aspecto militar; es un proverbio imperativo:
¡ponte, mesita!, un cuento para gente enamorada del teatro, gente con tragaderas y domingos por delante
para amar a dios o ver el telediario.

El hallazgo es una cláusula de perdición. Como siempre. Es bueno hallar una expresión distinta, espacios
de concentración del pensamiento, algo así como el infierno en versión inexistente, budista. Ser diplomáticos como
tiburones, felices como sicópatas entrenados en campos de exterminio. El infierno es un libro
gordo o está en un libro gordo metido con calzador, hediondo como los pies de Knockemstiff, con sus mismos camioneros
y sus demonios regionales. Es como lo pinta Chuck (que nunca ha estado allí).

La novela se planea, consta de plataforma y accésit. La plataforma se deja fumar: costo apaleado. Establece
su récord de longitud y su mínimo relato, camaleónica. La muchacha -¡milagro!- lee con el pelo negro
y de un tirón, sin pasar las páginas, imaginando letras una tras otra, tan insignificantes. El proceso hace brotar notas
híbridas, una fluctuación del mismo flow que rasga los metales de la banda. El humo está presente,
es un presente para la familia. De súbito, la nueva metáfora provoca una sonrisa en el desierto, los coches aceleran,
los árboles maduran y el hombre enmascarado consigue entradas gratis para el baile.


Kajetan August

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