sábado, 20 de junio de 2015

palabra de dios


Dios fue a decir algo, pero era una chica robusta de manos blancas como el algodón, fuera de lugar
como una recta en el cosmos. Alguien había pensado que dios debería explicarse, pero dios era un muchacho enfermizo
de frente pálida como un helado de nata. Y el día del juicio era todos los días,
las carreteras rectas masticaban bocados de horizonte, la luz del sol era un boxeador sonado
en el cuadrilátero del atardecer. Se oyeron tres, cuatro, diez disparos:
el silencio sostenía un espejo que devolvía sangre,
un surtidor de sangre, la ruptura de cualquier simetría encantadora, puro pecado.

Esta esencia del mal tenía un nombre característico o Jim Crow. Ondeaba banderas, se mofaba,
hacía restallar su látigo. Y no tenía edad.

Hubo una hermosa muchacha puesta de cara a la verdad en ese mismo instante
en que las armas repicaban terribles como ingenuas campanas y la luz se llenaba de luz ensangrentada. Sus palabras
en seguida formaron un poema de algún color de sombra, palabras perseguidas. Iban los perros del desierto
detrás de sus palabras bellas. Oh, palabras montadas sobre ángeles
oscuros como es el cielo. Éxodo de los mejores versos, lejos del alcance de la melancolía homicida del padre,
su desidia incomprensible.

América sintonizaba la radio para escuchar la voz altitonante, el himno verdadero. Millones de terratenientes,
todos en un espacio parecido a una mente estrecha, todos acobardados en sus celdas,
con rifles en las manos blancas como la nieve; gesticulando su oratoria, sus oraciones rápidas, muertos de miedo o de éxito.

Dios se aclaraba la garganta, desafiante, conocedor del futuro escrito en la memoria de su raza, sin género
de dudas, seguro de no ser. El arte protegía las torres y los escenarios de la tradición, altares y otros territorios místicos
a resguardo de la tormenta perfecta desatada por la realidad. La chica caminaba al frente de un ejército
de sombras con su propia bandera hecha de jirones de espíritu,
líneas torcidas de las almas. Así, iba liberando reinos que habían olvidado su nombre. Renacían a su paso las praderas
libres de las antiguas tribus, los buenos cazadores acostumbrados al rito de la tierra, la solidez del agua.

Ríos de sangre cayeron de la altura, esas nubes rojas -tan agnósticas- de pensamiento, ríos sin dueño,
huérfanos de mecánica sobrenatural, solamente turbios, corazones picados de viruela. Fue la violencia de los sacerdotes,
su amarga retórica, su inconsciencia extravagante. Siglos de exterminio
contra una mirada limpia como un mar de estrellas. Oh, su piel astronómica, su pelo
recogido en un diálogo de sueños, el latido extranjero de su lengua. Ella sobre dios, más que dios,
más que un soplo y un rugido.

De madrugada, ardían las cruces por el mapa clavado en la pared del infierno; el fuego entonaba su canción
pegadiza y los poetas callaban temerosos del odio. Dios era una chica negra hermosa y natural.



Princess Nokia

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