domingo, 8 de abril de 2018

el brillo


Funcionamiento, tuercas, engranajes, ruedas
dentadas; el poema es manufacturado, crudo estructuralismo. La belleza se le escapa de las manos; la belleza
es una mujer negra sin rastro del ángel, como huída, (r)elevada. Es una rosa
difícil, una mazorca regada con bourbon y lágrimas (alternativamente). El poema
se siente maltratado porque surca las vetas marmóreas de una lápida con demasiada
frecuencia; con sostenida frecuencia alguien lo lleva en el bolsillo trasero del pantalón, arrugado como una máscara
de edad, hecho un revoltijo de sintagmas paralelos, metáforas
remasterizadas, sustantivos creyentes.

En el taller del lenguaje se afanan los mecánicos-revisionistas,
seres vitriólicos de mírameynometoques, almas peinadas. El poema pasa revista
como un soldado en prácticas, de maniobras en el reflejo de su propia y basta (selecta) soledad. No tiene la culpa
de que sus ojos no sean tan negros como el agua del estanque, de que sus brazos
cuelguen adoctrinados y sus pies no sean rápidos. Como un balazo en el cuello, la música sobresalta,
declama un ángulo que precisa ritmo y una elasticidad por encima de sus habilidades
corporales, su soltura.

Se trata de una compre(n)sión diseminada, la síntesis arrojada a los puercos; todos tirando de la cuerda,
vociferantes en un idioma amargo, silabeando el morse de la morgue, la retahíla
fúnebre de los caparazones. El poema obra su tosca brigantina, que se solidifica de inmediato, contribuye a la fiesta
por la acera, el domingo de una era, la sombra de una época (y alguna profecía más).

Hasta ahora (hic et nunc), los árboles han detenido el martilleo afín de las ametralladoras célicas,
su política y su bandidaje. Habrá que agradecer a la naturaleza su naturaleza malévola, el armatoste que acarrea
abrazado de flores y luciérnagas –por no hablar de otros planetas. El hostigamiento
permanente a que se ve sometido el artilugio nórdico que comienza en el primer verso (entra Rapsody) y se a l  a    r     g       a
sin necesidad, sin tanto que decir
excepto las cuatro verdades que todo el mundo ignora de repente.

Contar el peso del metal, aclimatarse a la meteorología semántica, la duración
y el pastoreo legal de la experiencia. Hay que morir en el verso siguiente, dolerse con verdadera
inmersión lingüística, arropado por un tarro destapado de moscas experimentales y un espectáculo de roedores
campestres. Sin mal gusto, adocenada la catarsis: un espacio entre Lyons y etcétera (anyway). Inventarse
una persona y dotarla de buen gusto literario y de sinceridades, de piernas
y cabello, una cultura adicta a la moral del juego, veinte
años en el tajo de la hierba y nada menos: describir un milagro y no volver la vista atrás.
Y no creer.



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