miércoles, 17 de octubre de 2018

meticulosamente


Si fuera un águila. Esta es la (sombra) del poeta desmembrado en su torre de marfil,
seco de viento, tan poco audaz como una ráfaga de luz derritiendo el espacio, preso en el árbol
seco de su pensamiento blue, líquido como una frase a punto de traspasar el umbral del verso (verbo en fase literal). Sus alas
muertas, ciertas, elegidas por la pasantía del silencio –su arrebato nupcial–,
alas ciegas a la restauración de los cielos; ah, ese vuelo oblicuo del halcón que conoce la sangre, enamorado del pálpito,
sumido en la deflagración sentimental de la Naturaleza.

Sin alas es el recorrido, el maratón sobre el mar, cabalgando la cresta de la noche. Desde
el vértice amable de su retirado estilo –su escondite de clase. Desde la caligrafía opaca de su desencuentro
con la vida, meticulosamente desangrado en el recuerdo, hijo de una memoria
estilográfica, de un espasmo literario. Sus manos llegando de nuevo donde la pluma no refleja su ignorancia del tiempo,
hasta el mítico reino del vacío, su lugar en el mundo. En un octavo piso matemático,
representando su rutina organizada en vano, su tímida lectura de un pasado que agoniza.

Es infinito. El poema. La poesía se ha cortado un dedo dando de comer al sueño: surrealista.
No se le ha visto (al Parque); el Parque no se ve porque su infinito es mayor que los demás (infinito más uno). La derrota
describe un tallo de rosa, un patetismo inmaculado. En el poema, la rosa se desmonta pieza a pieza, letra a letra
doblega su inmanencia y su prestigio, decae en su altanera alegoría, es la mínima
común inspiración, el trámite consecutivo, algo de índole racial (tal vez), tal vez algo ergonómico del alma, un espíritu
inclinado a la razón.

             El poeta se muestra en su mediana, infravalorada necedad,
su góndola propicia zarandeada por los elementos, receptora de lluvias y metales; oh, ha calculado el mito
correspondiente a su estoicismo, toda la historia que se le atribuye a su acento prosódico, todo el desánimo que se le atribuye.
Si fuese un águila destronaría al sol, soportaría el peso del olvido con una sonrisa en la mirada, sería
recolector de nubes, aguador del agua, sería de otra forma, más sereno, menos íntimo, su pecho
contendría otra voz menos llena de duda y más amarga, apenas moldeada por la sorda dulzura del mal de cada día.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores