domingo, 14 de octubre de 2018

la vida de los demás


Esta es la vida de los demás. Decimonónica. El pensamiento
cumple con su misión de relleno, la vista redondea la realidad hasta hacerla respirable; el Arte
apesta. Sí, tenemos competencia. Si tenemos competencia construimos
rascacielos léxicos, catedrales impensables, económicos tomos destinados al análisis universitario, la tísica tesis
doctoral, el trompazo exclusivo.

             Dice el poeta que no le interesa la vida de los demás, y lo hace subido a un tronco, rampante
sobre un sólido vegetal cualquiera, uno de fácil escalada, uno con escalera incorporada para no matarse en el intento
y, desde allí, superando la visión esquiva del horizonte visible, pone en marcha su hipnótico
contador de acontecimientos y espera, ve pasar el tiempo, sin amigos
ni conciencia de la monotonía.

Sus demonios. Seres proteicos y descafeinados, horribles y sacados de una pesadilla mirceana, lovecraftiana,
suficiente para que los solenoides comiencen a funcionar de manera UNÁNIME,
jueguen a las cuatro esquinas de la ciudad (que puede no ser Bcrst). Entonces Jordan se agazapa,
informa a su contacto en la guarida del KRIT (no): la música está perforando
tímpanos innecesarios (o innecesariamente, qué más da).

             Hay un cómic premonitorio que describe con precisión quirúrgica
sucesos imprescindibles, la llegada unilateral de un mesías fascista, el engendro
universal y germinante, increado y súbito, la resistencia del polo positivo, la formación casual de un Parque
autónomo capaz de dar asilo a un millón de almas.

El Arte cambia de tamaño, de porte, de parte y de poder, se resuelve a un precio inasequible,
duda de sus proporciones, muda de corazón como de estómago, lanza al aire un saco de colores.

Jordan en la ciudad: una luchadora sobre el asfalto (a veces no elige la pastilla azul). El cielo azul
siempre está a la orden del día, y de la poesía; y la tierra brinca
como exigiendo un pasaporte, como poblándose de mármol. En la Avenida puedes seguir las cruces del sucesor de Bansky
(otro poeta), puedes hacer un poema con tus propias manos, a dos manos, a cuatro manos,
con todas las manos del mundo, todas las manos del hambre y del amor.

             El poeta dice que prefiere estar solo; a lo lejos se oyen las risas de los niños,
los gritos del espíritu, un maremágnum de voces, incluidas las voces de los muertos. Pero la soledad no está conforme,
se contradice, su reflejo ilumina la distancia y tiene tantos nombres como una estrella fugaz.



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