sábado, 27 de julio de 2019

aquella piel


Valga el reflejo, la sensación abstracta de la luz
que en el pecho se torna lejanía y se hace espalda, espalda y luz. Amanece un rapto de coraje en el podio
viral del horizonte, el karma preferido de la próxima renuncia. Bulle una certeza
exagerada, un tramo de rectitud
tan bien escrito como unos evangelios
incontables, como un poema anónimo pintado en la pared recién pintada
del primer concienzudo desengaño.

Muros de la inteligencia, playas del recuerdo, aquella piel. Todo reluce,
brilla en su portentosa ilusión, disfruta de una maravillosa pertinencia, un rumoroso
placer. El jilguero nunca visto, el halcón de recreo, la victoriosa plata
de la Luna llena. Hay un manantial
oscuro que no engaña, de él brota la sangre de la negación.

Qué recital de miradas indefensas, qué ojos
rendidos por la historia. El pequeño ángel viene a recordarnos la felicidad,
trae los ojos tan rojos como llagas, tan rojos como el Sol, es una entrometida en este paraíso
en ruinas que nos ata.

Desatamos para ella la ignorancia del cielo, componemos un verso entre dos metas, entre dos
líneas intocables, besamos con fiereza la furia de las ensoñaciones. Nuestro
sueño es un arma contra ella y su esfuerzo, contra
la pulcritud de su estandarte, su rama militante y su hermandad
alada: no sirve ni hace mella en su frente, ni desanuda su rodilla feliz.

Ella se muestra ante el pueril rastreo de las máquinas, la extraordinaria
lentitud de los sistemas; se salta el mundo de una sola tirada: dos seises en el nuevo corazón
del universo, donde la luz se estrella y la belleza
funde su palabra de oro en el núcleo invisible del silencio,
ángulo separado del alma por una distancia imposible de medir.



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