martes, 2 de julio de 2019

esa violencia de los ojos


Con esos ojos negros,
nítidos como vértices estelares, condicionados. Se puede viajar en tren,
convencer al campo de que existe, convencerlo de que tenga fe y no se desespere,
convencer a los pájaros. Todos los árboles se parecen, como seres humanos; el parecido
engendra violencia, crea un mal ambiente endémico:
en clase, los pinos llevan la ropa (dos tallas más grande) del ciprés.

Ella contiene una píldora de rap, la cáscara del pop –tan fotogénica. Es una ilustración, la heroína del cómic
con su traje de heroína, su cuchara y su aguja, abrazada a su pino de aguja,
con su tacón de aguja y sus agujeros en las medias de cristal.

Por el cielo se sabe dónde
está dios; el sueño es lo que dice el pequeño ángel de las emociones, es un sustrato
emocionante. Ella filtra sus negocios, atiende a sus obligaciones, cumple
años, encargos innombrables, cumple con el oficio, y con la poesía.

Al piano, la basura . El piano rescatado de un baño de basura, animalillos
mordisqueando las piezas dentales del instrumento, sus teclas amarillas casi negras. Es
un poco del hop, un engaño constante del lenguaje. La lengua
aparenta una edad que no le pertenece, aparenta los siglos de la historia, los siglos de los huesos
enganchados al nervio de la tierra, su raíz atónita,
discreta como un verbo intransitivo.

Con esos ojos grandes, violentos, se puede viajar y se puede creer
en la cautividad de la materia, pueden edificarse
ciudades en el aire, montañas en las fosas del océano, fundarse monasterios en el ojo de un puente; ella
fondea su mirada, desliza su vergüenza encantadora, fracasa con el tacto de una madre. Ah, la voz
no para nunca de enfriarse, solo avanza el silencio,
con esos ojos negros que no paran de gritar en el vacío.



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