martes, 9 de julio de 2019

nada obsceno por hacer


No es aburrimiento, no existe
ese pinchazo ritual; en el Parque las noticias se debilitan y caen muertas
como balas de granizo. No existe esa literatura de las buenas intenciones
y las cosas que hacer.

Las cosas por hacer, desparramadas en su vertedero después de la tormenta, en el patio
trasero donde crece a su antojo la mala hierba y el humo se traga los modales. Siempre
algo en el aire, inacabado, a saber:

             desmontar el andamio
             usar un nivel de rasgos homicidas
             dominar el arte
             trepar a una montaña de vapor

Se busca un elemento arquitectónico: buscar un elemento arquitectónico y decorarlo con una mirada extractiva,
observar la metodología de las tentaciones, el puzle
sísmico de la indiferencia.

Los milagros siempre por venir,
son el porvenir, vienen contando una historia parecida al otoño (cada otoño),
el vacío donde escarbar los límites del ritmo. Pero ella viste de ojos y fulares, zapatillas de vestir
–las converse que le dan conversación–, los estragos de una vida
sedentaria en el motel.

Nadie se aburre con el ruido abrasivo, antimelódico del cadillac más puro de la red,
nadie desea otra voz horneando las horas.

La Luna se ha quejado de lo lindo. Las chicas se han quedado con un cuarto
creciente y moldean el barro de la noche con sus gestos
milimétricos, aspiran a otra velocidad, sin respirar recitan sus líneas de infarto; sus planes de futuro
se torcieron ayer.


Andreas Heumann

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