miércoles, 15 de enero de 2020

rodamundos


Se aproxima un milagro teatral que nos hará retroceder en el tiempo. El show
de la literatura, el horizonte de sucesos de la poesía, la invención
cacareada.

De nuevo
enfrascados en un libro cualquiera, pasamos
página sin chuparnos el dedo, olvidamos el desierto
y nos acurrucamos al calor de la discordia: nada tan épico como una buena
orientación laboral.

Pesan los cubalibres en la mano muerta
hormigueando de burbujas heladas, coronados por una música frugal, asonantada y técnica; el poema
frecuenta los mejores clubes de la hipocresía, compra donde compran los ases
de la prosa, esconde su renuencia, rima porque
ha de mostrar buena disposición.                              
                                                                   [El poema se comporta,
                                                                   ignora por completo, y eso es lo verdaderamente original]

Es como escuchar algo comercial o escuchar algo interesante, caminar o no hacerlo;
como simpatizar con el viento que remueve la vegetación y forma desolados
rodamundos, imaginar un sorbo de ilusión
sostenida, un cuerpo de madera donde la sangre se empapase de realidad.

Cuando el Ángel surge en el poema,
respira el mismo aire enrarecido, apenas significa, su belleza es
cordial, no necesita intérprete.

Tenemos un verso acorralado en la esquina superior izquierda del espejo, donde no llegan
las malas soluciones ni las insinuaciones directas de la preceptiva, el canon
vacilante ni la aspereza unánime del romanticismo,
solo la formación constante de los desposeídos, la fila india de los que no saben leer,
la grata intransigencia de la élite.





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