viernes, 17 de enero de 2020

el arte de la indiferencia


RgM tiene el pop; ¡ah, que los poetas no saben lo que es!,
glorifican una belleza protocolaria, lo tienen delante y no son capaces de reaccionar.
Son reaccionarios o qué.

Esa cualidad independiente, insobornable, más allá de la pura
fotogenia y la responsabilidad. Ella es responsable de su plano, obligada ante los observantes,
la aristocracia del píxel y la vida nocturna, los búhos que barriobajean al anochecer.

Sacamos una fotografía en las antípodas del selfie y la foto coral, contraria
al retrato esencialista, es una operación innata
y nada grácil, pero entraña una pose
irrenunciable, categórica, regia. Como frente al pintor de cámara, frente al pelotón de fotógrafos
japoneses aficionados al reportaje tenaz.

Reclinada, inclinada como una torre enferma o un concierto de rap, como una bailarina
de hip-hop –Logistx aterrizando
sobre su encrucijada de silencio, enluciendo la sien de los cristales.

Los poetas no saben lo que tienen delante, obran una belleza
ortopédica (poética), contribuyen al eco general de la tecnología, tan profundos como dos
dedos de agua: seguidores.

RgM tiene el pop y no le importa, si vuelves a mirarla –¡date la vuelta
y mírala!–, si adivinas sus ojos entre el fuego
cruzado de los ojos; oh, es ocioso decirlo; sale favorecida y es bastante
sale todo labios, toda sangre, interpreta una figura ecuestre bajo el cielo lunar ensangrentado
y sonríe en cada letra de su nombre.



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