lunes, 14 de enero de 2013

nadie vuelve


Nadie regresa, dijo el padre,
y el cadáver putrefacto que parecía escucharle con los ojos abiertos
asintió con un tic impredecible.

Por la calle desierta, pasó un coche a toda velocidad
y el padre le gritó encorajinado: ¡nadie vuelve!

Llegaron ambos jóvenes, sus hijos que lo fueron,
los que ya no lo eran, porque ahora eran extraños e indeterminados,
y ella sonrió con su boca preciosa y él siseó una sola amenaza.

Él los reconoció de inmediato y dijo: no sois vosotros; nadie vuelve.
Y la niña río con las trenzas ambiguas
y el chico enfurruñado arrugó la nariz con ese gesto gracioso.

Entonces, ella sacó una foto y miró fijamente al anciano;
no te has ido, le dijo, y empezó a toser y escupir sangre.

Ahí tienes a tu madre, ya que lo preguntas, le respondió él,
creo que está enferma, aunque ella no te lo dirá.
Y añadió: ¡Ah, si estuvieras aquí!
Pero nadie regresa. Nadie vuelve.

De pronto, el joven sacó una navaja y se acercó al hombre.
La hoja oxidada alcanzó directamente el corazón;
al principio, brotó un delgado hilo color lacre.
No era él, dijo mirando a su hermana.

Y ella dijo: no estamos aquí.

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