domingo, 14 de julio de 2013

emocionante


Estaba emocionante. Vestía soledad
por las rodillas y aquel aro de fuego en la nariz.
Sonreía a los pájaros ocultos y era una delicia verla
por escabroso que fuera su atuendo o muy difuso,
difícil de reconocer contra la multitud
de sombras próximas a su blanca profecía.

Estaba en otra parte,
lejos de su trayecto, invisible a los ojos juntos en plena noche,
dedicados a ver una forma increíble.
Nadie sabía de qué color cantaba su experiencia,
ópera entre las sábanas,
canción de cuna para los extranjeros de sí mismos,
épica del exilio afortunado.

Su familia que gritaba
quería una ración considerable
y, con bloques de tiempo, levantaba murallas
desde las que oteaba el horizonte para escuchar el viento,
la médula del polvo, el tuétano flexible de la hierba,
la mínima oscilación
de las ramas más altas sepultadas bajo líneas de canto,
alegres partituras al servicio de una idea optimista.

Ella vestía los cuadros del museo,
sonreía con esa prodigiosa levedad
de la materia noble que absorbe la conciencia del trabajo bien hecho.

A fondo perdido, sonreían sus ojos, sin astucia;
su vestido violaba las leyes de la física rolando en opuestas direcciones,
sus pestañas respondían al verbo con una languidez inapropiada,
así que fueran atormentando el aire, haciendo gala de su curvatura.

Estaba en el diamante del espejo, brillo y soltura, y alma.
El alma por debajo del color, el pecho arriba,
las manos duplicadas en la carne,
eternamente alzada, tal vez por un segundo, sobre un rimero
de notas inestables, haciendo pie en la nada
que silba en la matriz del universo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores