jueves, 17 de octubre de 2013

gris como el expreso de la navidad


En las rebajas, entre los mostradores, el sufrimiento adquiere una monotonía gris,
es una sudadera gris barata y gris como una nube ahijada de tormenta, rizada de tormenta,
un nubarrón tormentoso y ajeno, volante y volador, en vuelo hacia la guerra de debajo.
El sufrimiento grita un poco para cubrir el expediente. Se sufre hasta en domingo
cuando descansan y meditan los perros. El sufrimiento del domingo es un tanto así de gris,
definitivamente no sabe de colores (ahora es neutro). Los niños son los más entendidos:
aunque no lo parezca, nadie conoce el sufrimiento en su dimensión patética
mejor que un niño en una tarde de domingo.

Suave es el aire. Ni padece. El aire no experimenta un dolor, ni la ingratitud.
Es surcado, respirado, expirado. El aire expira en contacto con el cielo (dicen que sí),
aspira a la potencia de uno, hace guantes con el viento si es del norte. La niña sopla
e hincha un globo de color beis que es un color bien raro para un globo,
que luego se hace pasar por un juguete siendo un artefacto adulto y demasiado viejo (y qué).
Las estelas, los aviones. El aeropuerto juega con las naves. Muy arriba
ya no hay (aire), puede haber un gas nervioso que se eleva por su propio peso
y va volviéndose también y nuevamente gris.

Los árboles caminan sin mover un músculo: es su travesura a campo abierto.
Están tan aburridos que lanzan flechas de goma por las ramas. La hierba es su frontera,
el agua, su alimento. Duermen el sueño de los justos que dura una eternidad a medias
(casi entera). Despiertan cada noche a la hora del vermut, que es una hora magnífica
para adosarse al prado y convencer a la lluvia. De madrugada significan más
y alguna otra cosa más importante. Será por la sonrisa de la sombra.

Los coches han volado. Los conductores naufragan inseguros. Tenemos carreteras
interminables, una sola carretera global que serpentea como un virus de encargo.
Las rayas discontinuas continúan a mayor gloria del motor gigante que no para,
que no para y discurre, traquetea como el tren del dinero, como el expreso de la navidad.
Un coche burla la vigilancia de los escarabajos de suerte que atropella a unos cuantos.
Ah, pero los escarabajos no vigilan a nadie. Hay un policía de tráfico que no se los come,
todavía. El agente actúa en representación del estado de las cosas, que es un estado
muy poco sólido para estar de pie tanto tiempo. Detiene y se detiene. Se detiene
y olisquea el aire que huele a quemado desde hace unos años. Detiene a una pareja
que ha cometido el crimen de quererse después del toque de queda.

Todo el mundo efectúa sus trámites. Incluso las hormigas tramitan su permiso de plaga
en cierto juzgado de los suburbios. Las chicas presentan sus instancias en el ministerio
y llevan el pelo como quieren. Nadie sabe por qué presentan sus instancias
si ya llevan el pelo como quieren. Unos que interceden y otros que suplican. La sociedad
es una máquina sumamente ruidosa a la que le huele el aliento. La sociedad viste mal,
combina los colores con escasa elegancia y a veces lleva calcetines blancos.
Bullen las oficinas, se hacen a la mar. El capitán de navío bombardea una patera.
El funcionario registra los óbitos y tira por la borda un flotador oscuro que recuerda
a una corona funeraria.

La vida cansa. Cansa a su manera. Al parecer, es una vida gris. Se trata de una vida así de gris.


1 comentario:

  1. Muchísimas gracias, Maribel, por acercarte a mi espacio, es un placer y un honor para mí darte la bienvenida. He pasado por algunas de tus páginas y te diré que me pareces una persona encantadora. Gracias de nuevo y un beso para ti.

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