miércoles, 23 de octubre de 2013

abstracta


Su mirada bajaba desde el mismo horizonte de sus párpados
salvando dunas de silencio, páramos de lluvia, kilómetros cuadrados de cristal.
Vestía por encima su pelo ensortijado como un verde
racimo de uvas acariciando el sol.

La brevedad asomándose a su pecho,
el alma rubia de su piel morena, la voz al ecuador llena de labios,
la voz sangrando un alma negra y tan preciosa, llena de ojos para ver el amor.

Esta mujer azul. Púrpura de sus labios
ávidos de callar y sostener el verbo.

La voz en los cimientos, bajo toda la tierra, sepultada a su tiempo bajo todo el futuro que se aleja,
dos metros bajo el sol en una tumba rasa, piedra sobre piedra, roca y fuego.

Viva hasta los huesos, con la mirada abierta al mar;
presa de su anhelo color púrpura, verde así como en el pelo meticulosamente reservado,
desde cualquier rincón rizado y libre

(los hombres observando la creación, abocados al egoísmo de la palabra dios).

La chica del periódico, la del póster central, ella, la del pequeño calendario,
la que sale en los nuevos evangelios vestida de curiosa Sherezade, la más bella e incrédula.
La que lleva las uñas pintadas como el nudo de la selva,
niágara que edifica su frontera.

Ella de pie, menuda, obras de primavera en el cuerpo; la mirada que baja y continúa
su pronunciado ascenso a tanta sombra, sombra que es ciudad, cementerio de pájaros,
altar cercano a lo desconocido
donde solo queda un mundo por redescubrir.

Acordonada la escena del arte, una silueta abstracta dibujada en el suelo,
el cuadro boca abajo ocultando la última mueca del autor,
chillando de su puño y letra un bonito cadáver.

¡Cómo rodaban por sus lágrimas la compasión y el ánimo!

Ella en el cuadro más hermoso mirando fijamente al cielo.


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