martes, 1 de octubre de 2013

no puede ser


Rueda por el piso. Una muchacha prueba a acariciarlo con los ojos, se agacha.

Es un poquito así que se le ha caído del bolso a una señora guapa
(que pasaba a su aire) haciendo realidad las fantasías de la media luna del escaparate,
el sueño ético de los sospechosos habituales.

A la chica le gusta, lo mira con aprobación (arrobo) y se muestra encantadora mirando,
en el momento de posar sus ojos lindos sobre el trocito minúsculo
que yace y apenas sí respira contrayendo qué músculos del cuello (pudiera ser),
qué cuerdas insensibles a todo pronóstico.

Contra todo pronóstico, rueda por el piso y no encuentra barrera ni escalera
ni oficio de pared que lo detenga. Alcanza alguna meta precisa,
logra superar un racimo de nubes bajas, pero bajas de verdad, a ras de unos dos metros
y medio bajo el suelo: donde no puede ser.

Oh, pero ¿y si saltara? Salta y retorna a la superficie con ganas de correr un ciclo,
se moviliza como un espectro colosal, no se neutraliza, no es neutral, es tan político
que se vota en secreto y se revuelve acusado de corrupción, tan mediático que consigue
la reelección con unas pocas falsedades de trapo.

Se fuma un cigarrillo siendo tan pequeño que el humo no le pertenece
y es propiedad de otro espacio más prosaico y coloquial, menos estricto con sus ganas
de morir. Pierde el rumbo tras una invocación a la cerveza,
pero no está borracho cuando acaba por recordar sus canciones de inclusa.

Bien. Es huérfano. No conoce la complicidad infinita de la sangre, se las apaña
con un a-de-ene en solitario, su cromosoma infeliz. Acostumbrado al patio de paseo,
la cárcel, el hospicio, el paseo escuchando la música preferida del gabinete. Aunque ahora
lleve sus cascos modélicos y rompa con el eco de los muertos vivientes y las voces
tristes, tan dulces y carismáticas de las mejores almas del planeta. 

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