martes, 3 de marzo de 2015

ciudad satélite


En blanco y negro, tiemblan las ciudades gráficas, largos automóviles y personas vestidas de charol. Siempre niebla,
siempre lluvia, siempre el ácido destino, pronóstico y viabilidad.
Ciudades que se acuestan a las cinco cuando todo ha cerrado menos la madrugada; el horizonte
ha echado las persianas y los bares se desenvuelven bien. Hombres que sisean o hacen eses,
serpentean como luces o satélites, como raíces o tejados de zinc. La plata se ha bordado
entre las ramas de la noche, ha transportado sombras en su cóncava geometría.

Digamos que la chica ha descubierto el mundo, se ha bebido el aire a sorbos, cucharadas, golpes de aliento,
dosis cargadas de aire puro como para salir volando. Vehículos triturados por la acera y el humo evanescente,
columnas vitriólicas, humaredas conservadas en cielo, en hielo de quemar. Nada se pierde
entre bloques de cemento, farolas a medio gas.
Pasa la convulsión de un perro vagabundo, pasa el gigante dorado, pasan las horas con sus atributos hechos polvo
de futuro. El sol tarda en dictar su tesis diaria, su paranoia ensordecedora.

Debería evitarse esta parte de la ciudad por precaución, por  no ceder al encanto
oblicuo de la oscuridad, la tentación de las esquinas. Que sí, hay un fuerte olor a hierba, pero sin zonas verdes a la vista,
por el contrario: el asfalto es primogénito (heredará la tierra). El parque no es una zona verde, en puridad,
es un poco de vergüenza, como un grano de viruela en la piel de la manzana,
algo que supura belicosa actividad social.

Perros motorizados -es un decir-. Los perros: sobreabundan los de razas peligrosas, sus dueños son peligrosos,
adolescentes tatuados que forman bandas internacionales. Pero sin accidentes.
Los acontecimientos son exactos, suceden en su proporción de martes. La bestia puede estar leyendo a Bunker
y sus más de doscientos puntos de sutura debajo de un chaflán, en alguna terraza abandonada,
y como relamiéndose.

Qué sombras no han quebrantado la ley. La media luna escupe rayos gamma. Arde la realidad como una iglesia de barro;
las 3D se conturban con sus galones y sus vasos de papel, sus propios brotes de ceniza.
La sangre no pretende hacer crecer las flores, ni aquellas lágrimas eran agua destilada.
Abren fuego sus lágrimas mientras ella se atrinchera a la orilla del sueño,
un sueño asombroso que no parece ser real.

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