sábado, 28 de marzo de 2015

el idioma del viento


Ha venido, y hay sombra; el sol no contribuye a disecar el mundo. Ha orlado, actuado,
verificado el mundo con esa sobriedad espeluznante, esa mirada huérfana
y esa frente que no se puede oír.

El mensaje ha llegado a la línea del hidrógeno. Es un mensaje de amor. Se oyen versos
que no están, arias particulares que alaban el concierto, monstruos que acechan
con miedo. La esquina se ha divorciado de su calle, ni se sabe sus frases, no completa la obra:
su teatro adolece de cansancio. La esquina es un proceso violento, bosquejado apenas, un croquis
del pasado o una esperanza ciega.

Porque sus besos no se escuchan ya entre el murmullo y el odio generalizado. La política o el arte:
elegid. Su arte es un plano inconsolable, una música recta entre las ruinas del aire, el flechazo
que desarma a la muerte. Su música es la fresa que nunca se pronuncia, muda como una hache,
enterrada como un hacha de guerra.

El cadáver del soul le ha ofrecido consejo a costa de la fama, ha rivalizado con ella al esconder la belleza más pura.
Keny ha surgido de la nada, su regreso es eco de una sombra. Ha ahorcado, tensado,
colgado su pulgar de una sonrisa: ha preguntado por todos. Porque su voz es un río que vuela hacia el recuerdo,
no contesta al saludo, impreca, regaña, se vuelca con usura sobre el pequeño cuenco, la fosa convenida.
Es una voz endémica para esta epidemia de silencio.

Cómo entender a dios si los ángeles plagian su famélico idioma, silabean sin prisa. El francés
se diluye por momentos, un reguero de locuciones híbridas; es latín, portugués (de un tiempo a esta parte),
un pensamiento acróstico que no guarda principio. Su lengua extraterrestre
diseña escarpados helipuertos para las naves que vendrán de sus párpados lejanos.

La canción se conforma con no permitirse un respiro,
jadea ritmo a contramano, se manifiesta en un sinfín de tonalidades, su paleta infinita
de poemas. Se atreve con el sueño y desliza su piano por la herida, el camino perfecto horadado en el bosque.
Qué pocas flores para hacer época.

Entre corvas de neón y lunes cinerarios, se cierran los negocios de una vida. Solo la promesa
no enunciada de un beso imprevisto hace soportable la espera. Entre las ruinas, Keny vocaliza mal,
se atasca en un refrán y pide algo de luz en castellano, algo de sangre en castellano, algo de amor.
Sus manos palpan el vacío, su boca abraza una serena incertidumbre;
pero en el verso no hay nadie, es como llamar a la puerta del infierno.





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