lunes, 25 de enero de 2016

en un banco romántico del parque


Bajar a la literatura. Subir a la posteridad. Ascender a qué niveles. La sordidez
atrapa, contagia como la tuberculosis, la perversión es un acicate único, supone introspección, se supone
cerca del pensamiento y sus hipérboles. Porque en el pensamiento ¿existe la hierba? La graciosa creación de un paisaje,
el dominio de la naturaleza haciéndose hueco entre la elocuencia y sus diagnósticos,
operaciones agitadas, medidas y balanzas, considerandos refrigerados a la velocidad de la contradicción.

El parque está en el pensamiento con su gran árbol, que es lo primero que se ve. La hierba sí que existe pero
es gris, en un tono menor, en un segundo plano apenas consentido. Lo importante es el descrédito del arte y su paradoja
que produce un entusiasmo crítico, el arrobo de los especialistas. El yo es demasiado imprescindible,
el yo y sus implicaciones, el ego y sus fantasmas almidonados. También es necesario despotricar de la familia,
ponerse de parte del estilo de vida americano. De acuerdo,
la familia apesta, pero hablamos de un odio personal.

Jordan está callada en un banco del parque. Pensando. ¡Un penique por sus pensamientos! Es una historia
sin aliento, sin efigie ni proceso; trata de un chico y su perro Gris. Que sentado a la mesa
frente a una gran fuente de ensalada, una pierna de cordero, bandejas de embutidos y fruta, frutos secos, pescado al horno.
Todo el firmamento y una novela de aventuras; la novela eclipsa
el festín, amarga la fiesta con sus novedades, su cháchara y sus intenciones líricas: es un jarro de agua
helada sobre el torso del poema.

Bajar a la literatura. Descender a sus estratos más humildes, caóticos
e intrascendentes, su armazón consumido, la correa larga de las averiguaciones y la documentación. Este uso
escandaloso, ese depravado empleo de la privacidad y el sexo traspasando los límites
no de la decencia sino de la propiedad discursiva; se vulgariza la fiebre, el talento arrojado a las alcantarillas de la forma
como un tamaño roto en mil pedazos de nada. Alicaído en brazos de la fraseología y sus prospectos,
versificado hasta el asma, hasta el alma que no admite otro poema más sucio, otra piltrafa de amor.

Madre en la picota; jueces como en Knockemstiff, que es preferible –y detestable, pero dúctil– y suena
como un cuerpo de tambores, una madre fea como pegarle a un niño, hecha un cristo, loca de atar.
Lunáticos por todas partes, dementes sin fisuras con el pensamiento en carne viva,
pensando ni de lejos en una pierna de cordero bien guisada, una fuente grande de ensalada césar y demás actos de contrición.
He ahí la mejor literatura, la que desborda
las promesas y ahonda en el terreno de lo desconocido con frenesí ortopédico y previsible ausencia de matiz.

A Jordan no le va. Elige su momento para la invención del placer. Busca compañía en otra página. Aquí
solamente besa como el aire, ama solamente. A la sombra del árbol, en un banco romántico del parque.





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