jueves, 6 de diciembre de 2018

calderilla en el bolso de la eternidad


Ha pasado el tiempo, no para la soledad. El aire multiplica su promedio, se eleva
tan triste como una solución desesperada; los grillos cargan con la fortuna del prado, los gorriones
esculpen una melancolía gigante. Y el tiempo se comprime para ella, lo estruja entre sus manos vírgenes, sus dedos
ocupados, entre sus ojos inflamados de verdad.

Cuánto olvido cabe en una sola noche de tormenta, cuánta
luz se necesita para desbordar un beso. Jordan pasea no como una paseante universal, no como Walser,
no como Emily, no; como Irene, no, no como Katerina. No. No sube al tren una mañana de invierno, no da vueltas
al mundo con un sombrero distinto cada vez, no lleva entre las manos tanta luz.

Leer el periódico sería una solución independiente a este aburrimiento
feroz e inconsolable, pero ya no hay sindicatos ni banderas, y los obreros se han mudado a otra
zona catastrófica; pues ya no hay madrugadas para madrugar, ni anocheceres tan tempranos, ni templos
donde guardar el Sabbat milenario.

Ahora las maravillas se visten de domingo un lunes por la tarde, los relámpagos
ocultan un mosaico de velocidades, la luna es un fumadero de opio allá en lo alto. Y Jordan fuma
la hierba del milenio, seduce a los muchachos que se dejan los labios y la bronca en la mesa de póquer,
cava una tumba donde meter los pies, 
agujeros de gusano para el ferrocarril de medianoche, amplias fosas donde remeter la historia.

Han pasado el tren y el mar; de puntillas por la soledad, y entre todas las sombras
había un cuadro en blanco, se escuchaba el rumor de las olas dichosas. Nadie es feliz en este apartadero, esta devota
forma de la patria escindida, este bosque unificado. La Avenida corta con la realidad
en el lugar exacto en que la romántica esencia del futuro se funde con las ruinas de la naturaleza,
aparece entre columnas oxidadas.

Siempre se escribe contra el punto débil del ayer.
Jordan escribe con la vista puesta en un horizonte pasado de moda, con el rímel corrido y el carmín
soterrado, con la lengua arropada por un grito y las palabras sueltas por el cielo,
calderilla en el bolso de la eternidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores