domingo, 27 de octubre de 2019

drama de repetición


Leer una novela de iniciación es como espiar a un adolescente.
Qué fijación perversa, infancia y pertenencia, colores más brillantes que el sol,
difíciles de ver, sonidos archidesconocidos, vapores
comatosos, encantamientos.

Deslocalizados en el Parque, estudiando la fauna. Es preciso
hallar algún vestigio tecnológico, alguna cadena de montaje, algo que funcione.
Lo que mejor funciona es el reloj de arena, mejor que mirar a las estrellas, mucho mejor que otear el horizonte.

La literatura es un mecanismo de profesión, profesional como un milico
pendenciero o un policía ful. Pero la historia que debe contarse
permanece indeseada, enterrada en un vertedero promiscuo, hundida hasta la náusea
en un mar desprevenido. La historia autorizada es un placebo, la realidad
duele como un puñetazo en la garganta.

Ojos para qué os quiero. Para escribir
hay que debilitarse, dejar de acudir al gimnasio y reblandecerse, dejarse de trenzar abdominales
y motivarse con la lectura de los básicos: cuentos infantiles y narrativa
criminal: Himes y Highsmith, sabios cualificados.

La tentación de la música interesante; una fórmula imperecedera: Lava La Rue en su salsa del London Beat
leyendo novelas rosas de Zadie Smith, novelas cósmicas de Zadie Smith,
puliendo la artesanía del espacio y el salvajismo controlado
de la mesa de mezclas, mezclando el simulacro de un DJ amateur
con el futuro y su raccord de repetición.

Drama. Lava La Rue y su estilo dramático de indagarse
en la geometría de la sala de ensayo, esa manera súbita de ser, ese cortometraje de sus labios, litros de fantasía,
hectómetros cúbicos de trasvase dialéctico, falta de inspiración y aspiraciones
comunes. Esta es una crítica menor. El libro
se termina y el primer poeta muerto se levanta de su tumba.



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