jueves, 24 de octubre de 2019

pura como una mecedora


Lava La Rue: ¡querían oírla a todas horas! Ella, tan renaciente,
tan encapsulada en su crew, delineada con esmero; pero ella no es un Ángel
todavía. El amor es patrimonio de algunos seres ascéticos,
viene apalabrado por siglos de aprendizaje, miles de milagros independientes, signos
de decadencia.

Su música perfuma la entrada del espejo, su verso
acalora, surge como un volcán del seno remoto, vacío de la aurora. Su color atardece, su flor
comunica una severa conmoción a los sentidos, es una rosa y, en tanto tierra,
es una tumba, es el reflejo, la espina y el fémur.

Lava La Rue, ¡querían que cantara con otra voz distinta!, no la suya,
terciopelo y diamante, no la suya, trópico de capricornio. Su voz nacionalista de una nación insólita,
libre del lenguaje y el silencio. Su máximo silencio
sucedió de pronto. Su lengua pura como una negación, pura como un vértice
–algo álgido–, diferente al sonido del agua.

Su verso se remonta a la segura infancia, es un proceso
anómalo por el que las alas resucitan y la piel se hace más fuerte, los brazos
ganan armonía y las manos se dividen. Querían que su ausencia dominase los túneles
del Parque, que su violenta integridad
criminalizase el ansia de los niños, obrase la gran distancia contra un fondo estrellado.

Personajes de cromo y ficha policial; un retrato de perfil,
sale tan linda que parece una actriz del método, sale especialmente
femenina, sufre una clase de metamorfosis y se transforma en la metátesis del aire,
arranca las veletas, va sometiendo maceteros colgantes, y la Avenida suda su profuso asfalto,
en su memoria, contempla un remanente de disturbios felices.

Ella funciona donde otras eclipsaron; su cuerpo
encaja en la franja mística del árbol, faquir sobre el cercado, la valla significativa
que delimita el cielo y da luz a la escritura; es la página
siguiente, el área desprotegida: tiene madera de artista, un alma fotogénica 
                                                                                                                           y un corazón unánime.



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